-ÚLTIMA NOTA-

Después de haber consignado, en la nota la nota publicada ayer en esta misma sección, los rasgos distintivos que caracterizan al personalismo filosófico, el presbítero José Juan García concluye refiriéndose al sentido que tiene esta corriente de pensamiento.

Ante la pregunta de ¿por qué el personalismo?, expresa:

Porque es una filosofía contemporánea que propone soluciones técnicas a los problemas que plantea el estudio del hombre y que aporta un conjunto de temas nuevos, frescos y originales. Este es el primer y fundamental motivo para estudiar el personalismo. Pero, además existen otros, no menos importantes y profundos. El primero de todos es que la persona necesita el personalismo. El concepto de persona ha demostrado que posee una gran fuerza y fecundidad y por ello se ha anclado sólidamente en las raíces mentales de nuestra sociedad. La dignidad de la persona, de cada persona, es hoy uno de nuestros referentes ideológicos ineludibles. Con todo, si el concepto de persona no se continúa consolidando y fundamentado, de la misma manera que se ha arraigado puede comenzar a debilitarse lentamente, degenerar en una simple y desvaída apelación retórica a la dignidad del hombre para, finalmente, acabar convirtiéndose en una afirmación vacía y sin sentido que pierda su vigencia social y su fuerza normativa.

Otra buena razón por la que el personalismo resulta de interés social se deriva de la fragmentación ideológica a la que nos vemos sometidos. En nuestro mundo multicultural e inconexo, cada vez resulta más acuciante el peligro de pérdida de sentido ante la acumulación de información que nos aturde, ante el miedo imperante a proponer estructuras conceptuales fuertes y, por consiguiente, ante la falta de una antropología integral y equilibrada de referencia. Pues bien, el personalismo es capaz de cubrir, al menos en parte, esas necesidades puesto que se autoconcibe como una visión global de la persona y se autopropone justamente como una visión sistemática y fuerte del ser personal. Y este rasgo, unido a su contemporaneidad lo hace especialmente valioso. Para el personalismo ontológicamente fundado, todo rostro humano, aún el del embrión casi invisible, exige de nuestra parte un respeto absoluto. En la mirada de cada hombre, los cristianos reconocemos también la mirada de Quien no vino a ser servido sino a servir, Cristo Jesús, quien con su encarnación en cierto modo se unió a todo hombre, y que nos juzga por el amor que manifestamos a cada hombre y mujer: "Tuve hambre y me disteis de comer. Estuve enfermo y me visitasteis…" (Mt 25, 31s.).