Lo que hace este hombre con la música -y con el público- no tiene nombre. Pero en el más benévolo sentido de la expresión. Imposible poner un rótulo a Marcelo Arce, un profesional (estudió piano, composición y dirección orquestal), cuyo desvelo hace 35 años es que la gente de todo el país que no sabe de música, pueda apreciar las imágenes, secretos y anécdotas que encierra desde una sinfonía de Beethoven hasta un gato de Los Hermanos Abalos, pasando por una canción de U2. Y así entenderla y disfrutarla, derribando cualquier prejuicio con un lenguaje simple y una pasión que contagia y que siempre deja con ganas de más.
"Esto es como una película china sin subtitulado. Pueden gustarte las imágenes, adivinar un poco, pero cuando ponen los textos, se puede entender y apreciar", explicará igual de vehemente que hace seis años, cuando llegó al Auditorio la Novena Sinfonía de "Don Beetho". Auditorio que el próximo jueves volverá a pisar, para hacer de las suyas, conduciendo al público a un universo fantástico, muchas veces desconocido, donde plácidamente convivirán Vivaldi, Piazzolla, The Beatles y Queen.
"Lo mío no es una clase ni una conferencia. Es un show que está dirigido a todos los que no sabemos música", dice sin falsas modestias Arce, que prefiere usar el rótulo "divulgador musical" (que alguna vez le asignaron) y junto a quien cada pieza "se convierte en una especie de cuento, donde la música va narrando al punto que se pueden imaginar y ver las escenas".
– Saber secretitos y claves de un tema permite disfrutarlo más…
– Claro, saber qué cuenta la música y hasta el chisme que rodea al compositor es gravitante, nos ayuda a apreciarlo. Y esto les aseguro que les va a suceder, sobre todo con Rapsodia Bohemia, que es una especie de mini-ópera fantástica.
– De Queen a Vivaldi, recorre un largo camino…
– Hace unos 20 años, afortunadamente, solté esos viejos prejuicios de la música clásica; y desde entonces abordo clásico y moderno, y voy encontrando conexiones: Mozart y Lennon, Chopin y Sting, Callas y Streisand, Tchaicovksy y Los Hermanos Abalos. Se puede disfrutar tanto un jazz como un tema de Piazzolla, Los Beatles o Ginastera… ¿Y sabe quién lo entiende perfecto? El público, capaz de gozar de una comparación entre U2 y una obra del sinfonismo de Tchaicovsky del siglo XIX. Aquí y en el mundo, el público sólo responde a su emoción y sensibilidad, sea motivado por Elton John, Pavarotti o Mahler. Aprendí con los años a no encasillar…
– Entonces también desestima la dicotomía culta-popular…
– Hay una sola música, la buena, la que es artística. Nunca me gustó ese término de música culta, que además se la presenta de tal manera que se vuelve oculta. Basta escuchar radios de música clásica: parecen velatorios, ponen voz grave como si estuvieran anunciando el entierro de alguien. Y la música es para vivirla. Prefiero esto de poner el Ipod en aleatorio y escuchar de todo. Ahora bien, no todo es artístico…
– ¿Y qué lo es?
– Cuando tiene forma y contenido, es decir, un plan coherente que entrelace los temas y que exprese algo abstracto o descriptivo. No lo digo yo, hay reglas técnicas que se aplican tanto a lo mal llamado culto como a lo popular, sea Don Beetho o Los hermanos Abalos, ambos fantásticos. Por eso preferí acuñar el término "clásica música", más abarcativo. ¿¡Quién puede negar que son clásicos Mercury o Duke Ellington o Salgán!? Clásico es aquello que da clase, que es ejemplar y que resiste la prueba del tiempo. Y por eso existen tantos puntos de contacto. Baste citar Vivaldi y Los Beatles, como ya verán…
– Muy abarcativo, sí…
– Imagine un árbol: las raíces son la música étnica, afro, asiática, celta, el folk de muchas centurias atrás. Luego viene el tronco, que es la escolástica, que da escuela, las reglas que se dieron con Bach, Mozart y demás, el contrapunto, la armonía, lo técnico, lo que da un orden. Y después las ramas, que son infinitas: folclore, tango, jazz, blues, new age, pop, rock… y se retroalimentan y la copa crece cada vez más. Es muy difícil clasificar géneros hoy por hoy.
– Maestro…
– Maestro no, por favor. Maestros son pocos, allí en las alturas, Piazzolla, Argerich, Pugliese, Mercury, Mozart, Yupanqui…
– Bien, ¿Imaginó, hace 35 años, el éxito que iba a tener con esta actividad?
– No me lo imaginé pero tampoco lo asumo como tal, no me lo creo. Yo soy feliz haciendo lo que hago, no es un mérito, es una pasión. Y tengo la inmensa felicidad de compartirla con el público. Digamos que soy un feliz maestruli (risas).
