La última de Wenders -ese delicioso cineasta alemán que sorprendió coloreando al deseo en medio del blanco y negro de la monotonía- sacude la modorra. Manda a preguntarse al protagonista de su más reciente largometraje (Palermo Shooting) por el significado de estar muerto.

-¿Cuándo uno puede decir que está muerto?, inquiere. ¿Cuándo deja de soñar, o cuándo lo único que hace es soñar?

No se responde a lo largo de la película, pero podría afirmarse que las dos maneras. Sueños medidos, por descarte o por oposición, podrían ser una buena fórmula para la vida. Sueños ambiciosos, puede ser. Sueños lejanos, también. Pero alcanzables, con un mínimo de realización al alcance de la mano.

No es un sueño inabordable el de calzarse la banda, salvo que uno esté tan lejos que sólo suponga un sueño inalcanzable. ¿Y cuál es la medida de un sueño? La que otorgan las posibilidades.

Pero hay un asunto importante: esas posibilidades siempre son dinámicas. Nunca frenan, nunca son las mismas, cambian de un día para otro, son presa fácil de los humores y las emociones. Y si no, habrá que echar un vistazo a este ciclotímico tablero político que supimos conseguir.

La situación de sueños medidos impone condiciones tanto al oficialismo como a la oposición. Los obliga la atmósfera de verdades a medias que circula por el aire: que hace un año el Gobierno estaba herido de muerte es tan cierto como que hoy lo está la oposición, y uno salió de su estado vegetativo y otro aún tiene tiempo para hacerlo. Hoy aquellos muertos gozan de buena salud, y es una parábola posible de ser repetida a la inversa. Y así, en cascada: que los indicadores económicos son buenos es una verdad inapelable, ahora también lo es que la línea de lo aceptable lo marcan las expectativas de la gente. Y así, lo bueno puede convertirse en insuficiente.

Circula en el oficialismo -tanto nacional como provincial, que para esto son la misma cosa- un desafío sordo pero obsesivo: cómo hacer para mantener el oxígeno que proporcionó la muerte de Néstor hasta bien entrado el año próximo. Saben que están donde están, no por ser mejores o peores, sino por un sentido de la oportunidad. Que les jugó a la inversa cuando, sujetados por los mismos hilos, perdió gas con el conflicto del campo (emergió Cobos) o con la muerte de Alfonsín (emergió Ricardo).

El verdadero sentido de los sueños medidos será entonces asumir que su buena performance actual no es más que la foto del día, y que para octubre del 2011 -cuando los argentinos voten presidente- queda una eternidad.

Es cierto que Cristina lo viene llevando prolijo. Ha cambiado el tono en sus últimas apariciones, conciente de que ahora es pie y puede -como en el truco- analizar la jugada con las cartas en la mesa. Hoy tiene más para perder que para ganar, y por lo tanto le aparece nítido el desafío de hacer un juego más conservador: profundizar el modelo, pero no a las patadas, como dijo el ex amigo Alberto F..

Buena parte de su receta -como la pelea con Clarín, la madre de sus batallas- ya está hecha, y sólo debe dejar pasar tiempo para ver los resultados en lugar de clamar en los actos partidarios "¿Qué te pasa Clarín, estás nerviosho?" como hacía su esposo. Aparece en el horizonte otra duda, despreciada en los entornos K pero en el fondo muy valiosa: es el estado de ánimo de Cristina, quebrada en público más de lo previsto. Muy útil a la hora de cosechar sensibilidades pero a todas luces un arma de doble filo.

Alrededor de Cristina, en cambio, las cosas no parecen demasiado medidas, como dijo hasta el propio general Perón cuando a las pasiones setentistas le opuso el reflexivo "todo en su medida y armoniosamente". Son ahora todos kirchneristas, más tendiendo a ultra que a moderados.

Hay remolinos de dirigentes revoloteando a cada paso presidencial, como olfateando que la cosa anda por ese lado y entonces hay que aparecer cerca, tanto como hasta hace un tiempo había que intentar no salir en la foto. La carrera parece ser a ver cuál de todos solfea mejor el legado de Néstor, y eso no es otra cosa que una presión para la propia presidenta, necesitada de aprovechar el envión con buenos modales para mantenerlo en el tiempo, como lo viene haciendo hasta ahora.

También el equilibrio que permite arrullar los sueños dice presente en la provincia. Con todo para ganar, el oficialismo necesita calma para no rifar ese enorme capital político que ha trabajado por conseguir: la confianza de la gente.

Y se vienen algunos pasos que no serán precisamente de danza clásica. Es que la interna por la sucesión de Gioja pinta agitada, cuando no sangrienta, y ese fantasma genera una amenaza para una victoria electoral del año que viene, o al menos para lo más o menos holgada que pueda resultar. Para Gioja es importante ganar, pero también lo es hacerlo por la mayor amplitud posible, conservando intendencias y Legislatura: ¿podrá hacerlo con una interna cruel en el medio?

Por ahora, la cosa pinta con dos aspirantes que han decido jugar en tandem -Marcelo Lima y Sergio Uñac- con la idea de retroalimentarse en el caso que le toque a cualquiera de ellos. Una especie de pozo común, con algunas pintadas ya estampadas en la paredes (Lima-Uñac, ¿el orden de los factores altera el producto?, ¿operación entre ambos u contraoperación externa?). Otro, César Gioja, jugando fuera de ese eje y apostando fuerte. Y un cuarto, Daniel Tomas, en boxes y dispuesto a salir por si se queman los papeles. José Luis Gioja emite señales tenues y demora la definición. ¿Hasta cuándo?

Desde el campamento opositor también bajan señales de que anda haciendo falta algo más de sintonía fina para conseguir esos sueños medidos. El primer desafío para mostrarse consistentes es el de intentar evitar los zafarranchos mediáticos como el reciente papelón con la denuncia de coimas-presiones en Diputados. Que dejó como consecuencia al oficialismo apertrechado con más fuerza y una estampida de tropas opositoras por todos lados: fracturas y cuentas pendientes entre los radicales, entre los macristas, entre los PJ Federales y entre todas esas siglas con Carrió.

Para ellos, la cosa no está para archivar los sueños frente a lo que se percibe como un dominio oficialista evidente. Tampoco está, como hasta hace poco, para pasar a cobrar por ventanilla sin correr el clásico, como suponía algún sector opositor que veía morder el polvo a los K sin remedio y por anticipado.

Ni lo uno ni lo otro. El tablero se muestra cambiante a pasos acelerados y lo que parecía la gloria hoy es Devoto, y viceversa: si lo sabrán algunos presidenciales que se calzaban la banda y hoy debieron frenar los ímpetus, u otros que parecían para otras funciones y hoy aparecen fuertes.

Emblema de eso es Ernesto Sanz, hasta hace bien poco retirado por propia convicción de la escena presidencial y hoy encumbrado como posible por mérito propio y por flaquezas ajenas: los dos presidenciables radicales, Cobos y Alfonsín, ya no están todo lo firmes que parecían.

También en el bloque opositor de San Juan hay evidencias notables de esa dinámica desenfrenada. Lo que hasta hace poco era una sólida opción, que encarnan Roberto Basualdo y Mauricio Ibarra, comenzó a perder gas por protagonismos y visiones políticas (minería, por ejemplo) y hoy hay más dudas que certezas, según acaba de confesar el senador.

Lo que sería ahogarse después de tanto nadar, antes de llegar a la orilla. Prueba de que soñar no cuesta nada, pero a veces es lo más difícil.