�Soledad, aislamiento y enfermedad. Así fueron los últimos cuatro años de vida de Gavrilo Princip en la prisión checa de Terezin, donde murió hace justo 96 años mientras cumplía condena por el asesinato, en junio de 1914, del heredero del imperio Austro-Húngaro. ‘Estoy muy mal en mi encierro solitario, sin libros, nada para leer, sin ningún contacto‘, confió Princip al psiquiatra Martin Pappenheim, quien trabajó en Terezin en 1915 y 1916, y publicó años después sus conversaciones con el joven serbobosnio.
Tras matar al archiduque Francisco Fernando y a su esposa Sofía Chodek, condesa de Hohenberg, Princip fue condenado a veinte años de cárcel, ya que no había cumplido aún la mayoría de edad de 20 años que exigía la ley para poder condenarlo a muerte.
La fortaleza de Terezin, donde encerraron al magnicida, fue dos décadas más tarde un campo de concentración nazi, donde murieron decenas de miles de judíos. Princip fue sometido a una estricta vigilancia en una celda individual, sin apenas luz, con una exigua dieta, permanentemente encadenado y con permiso para pasear solo media hora diaria. El preso, aunque sólo dormía cuatro horas por la noche, ‘soñaba mucho, dulces sueños sobre la vida, el amor, nada intranquilo‘, señaló el médico austríaco en sus protocolos. Las descripciones de Pappenheim dibujan a un joven ‘idealista, que quiso vengar a su nación‘ y que fue espoleado por ‘folletos anarquistas que incitaban al atentado‘.