Su techo de cañas atadas con tientos de cuero es alto y está sostenido por muros ondulados de adobe, de 80 por 40 cm. Es una construcción angosta y larga, sin ventanas, que termina en un altar con nichos curvos que sostienen las imágenes de los santos. El piso de ladrillones termina de plasmar la humildad de la parroquia Santo Domingo, la principal de Iglesia. Muy cerca de ella está la construcción nueva, impecable con arañas que cuelgan del techo. Sin embargo, es el espacio, que tiene 179 años el que sigue siendo elegido por los fieles.
La campana enorme de hierro que data de 1878 y tiene el nombre del promesante que la donó, está en el ingreso y es el primer indicio de que allí, el tiempo no pasó. Según cuenta Melisia Aguilera, una mujer de 79 años que desde hace décadas recibe a los turistas y narra la historia del lugar, fueron quienes vinieron a evangelizar esas tierras desde Chile los que construyeron el edificio, en 1835, y que lo hicieron tan fuerte que resistió el paso de los años y los sacudones de los terremotos. “En 1894, un terremoto tiró abajo casi todo el departamento, pero la capilla resistió. Dicen que es porque para preparar el adobe con el que fue construida usaban sangre y vísceras de los animales que carneaban”, relata la mujer. Las imágenes de Santo Domingo y la Virgen del Rosario que se ven en el altar tienen una particularidad: sus brazos y hombros están articulados, lo que permite cambiarles sus atuendos.
El lugar se ve antiguo y está despojado de cualquier tipo de lujos. Sin embargo, los fieles no pueden despegarse de él. La nueva parroquia, que se terminó de construir el año pasado es grande y desde su fachada muestra su belleza. Sin embargo, Melisia dice que la actividad en la parroquia antigua no cesó. “La gente sigue pidiendo misas, bautismos y casamientos aquí. De hecho, hemos tenido casamientos de gente de otras provincias, como Santa Fe y Córdoba”, confiesa.
