José (33) llegó al lugar con un disparo en el pie, tras un ajuste de cuentas. Tras casi 20 años vinculado a la delincuencia y a las drogas, nueve de esos en el Penal de Chimbas, sintió que ese era su límite. Se entregó a la Comunidad Beraca para buscar una salida y ya lleva más de dos meses viviendo allí. En una finca de Santa Lucía funciona un hogar perteneciente a una ONG que le da refugio y contención a adictos a las drogas, al alcohol y a personas marginadas. Pero a diferencia de otras comunidades, ésta no cobra una cuota y no recibe subsidios gubernamentales, sino que procura trabajo productivo para su auto sustento y recibe donaciones de empresas.
Allí, dos matrimonios coordinan la atención de unos 12 jóvenes y adultos que llegaron tocando fondo, según cuentan. ‘Esta es una comunidad de puertas abiertas, no obligamos a nadie a estar y se pueden ir cuando quieran’, aclara Andrés González (44), el pastor que maneja el lugar y que vive allí junto a su esposa y su hijo (el otro matrimonio reside en otro domicilio). La Comunidad Beraca funciona hace 3 años en San Juan y es un desprendimiento de la que fundó en Uruguay un sanjuanino radicado allá, Jorge Márquez. Está por calle Belgrano, a unos 300 metros de ruta 20, y pertenece a una ONG evangélica llamada Esalcu, que no tiene fines de lucro y que nació para ser un hogar, no una clínica de rehabilitación (por eso no requiere habilitaciones especiales). Allí los días arrancan a las 7 y tras una oración y el desayuno, empieza el trabajo. Algunos van a la chacra, otros ordeñan las vacas o se van a los corrales, para alimentar a los otros animales. Con estos se procuran alimento, mientras que venden cerdos, hacen embutidos, envasan aceite de oliva o hacen conservas para vender.
Marcos (28) es de Rawson y está por segunda vez en la comunidad. ‘La primera vez no aguanté y me fui. Pero en la calle volví a la marihuana, a la cocaína y al alcohol. No daba más y pedí me recibieran de vuelta. Siento que este es mi lugar’, confiesa.
La terapia no tiene un tratamiento médico y por eso no aceptan algunos casos. En el lugar trabaja un psicólogo, que realiza terapias de grupo e incluye a las familias de los chicos. Quienes viven en la comunidad no manejan dinero, no pueden usar celular y deben seguir el ritmo de trabajo programado.
Las crisis, cuentan, las superan hablando y descargándose. Y día a día renuevan sus esperanzas en ese lugar que llaman Tierra de bendiciones, pues eso significa “Beraca” en hebreo.
