Cuando el reloj marcaba las 10.30 de ayer, el pelotón entró sin pedir permiso en Tudcum. A esa hora, Cristina, tenía que comenzar con las clases de catecismo en la Iglesia de San Roque. Ella, junto a Zuly, Mimi y Clara, se encontraron en la puerta del almacén y cuando se dieron cuenta, por el ulular de las sirenas que se acercaba la carrera, no dudaron en buscar el mejor lugar para ver pasar al enjambre multicolor. Hasta Doña Olga, una anciana de 86 años que vestía con riguroso luto y un pañuelo cubriendo su cabeza, cruzó la calle para mirar como la caravana rompía la habitual serenidad pueblerina.
Fue un suspiro, un instante mágico en el que sus voces se aflautaban para empujar con su aliento a los rezagados. Fue un flash en el que Tudcum se congeló. Todos se quedaron quietos mirando ensimismados ese espectáculo único que es el ciclismo en ruta. Después, todo fue normal, hasta la catequista retomó sus tareas.
