‘Che, estos son policías, nos vienen a dar una vuelta’, bromeó el de remera azul, mientras señalaba a un periodista y a un fotógrafo, en la barra de un bar. Con apenas un par de sonrisas y ningún estirón de manos del grupito de muchachos, por detrás alguien murmuró: ‘Asesinos’.
La aclaración de identidades aflojó el ambiente, pero dejó la sensación de que algo no estaba bien. A un mes de los incidentes que terminaron con la comisaría incendiada y el hallazgo del cuerpo del joven Miguel Muñoz, dicen que la noche jachallera cambió su fisonomía. Es que pese al recelo contra la Policía, los comerciantes nocturnos y un grupo de jóvenes reconocieron que con los nuevos efectivos se frenó la alocada carrera que traían los jachalleros, de juergas con mucho alcohol, de esquinas oscuras en las que se fumaba marihuana, menores en locales para mayores de edad y fervorosas amanecidas etílicas en el camping El Vivero.
La muerte de Miguel Mateo Muñoz, las acusaciones contra la Policía y los incidentes que algunos medios hasta calificaron como pueblada (ver página 13), obligó a un cambio de autoridades policiales. Desde entonces, mutó la noche jachallera.
‘Yo sentía que había zonas liberadas. A tres cuadras de la plaza se juntaban los fumancheros. En los kiosquitos comprabas alcohol a cualquier hora. A la salida del boliche seguro que había peleas y después todos los chicos rumbeaban para el Vivero. Ahí, con la música de los autos, terminaban amanecidos y totalmente alcoholizados’, contó el dueño de un local de comidas frente a la plaza.
En la madrugada de ayer, sobre la 1,30, los autos daban la clásica vuelta a la plaza, que tiene un cerco perimetral por remodelación. Mientras las familias elegían unos restoranes, los jachalleros que rondan los 30 años empezaron a copar ‘Cúbico Bar’ y, en menor medida, ‘1.800’, otro pub. Los adolescentes y veinteañeros rumbearon a su vez para ‘100 Bares’. El boliche Halloway, esta vez, no abrió sus puertas. Una hora más tarde ya casi no había autos gastando nafta, y de vez en cuando patrullaba una Ford Ranger policial.
‘La Policía molesta mucho y nosotros no estábamos acostumbrados a eso. Ahora, muchos preferimos juntarnos en casas y hacer la nuestra sin que nos anden vigilando. Ya ni en El Vivero podemos estar tranquilos’, dijo Martín, a la vuelta de la plaza.
Las juntadas, a veces, son fáciles de identificar por las bicicletas estacionadas en los cordones de las veredas. En tanto que El Vivero es un rincón obscuro y en las afuera del pueblo, templo de diversión post boliche hasta hace poco. Y es que sobre las 5 de la mañana, ayer apenas había un par de autos semi escondidos bajo la negrura de los árboles, uno con la música al palo pero con sus ocupantes dentro del vehículo. ‘En El Vivero cada uno hace la suya. Acá hubo juntadas impresionantes, con gente bailando y tomando por todos lados, pero ahora está muy tranqui, muy para los novios’, afirmó Sebastián.
‘Cuando yo me hice cargo de la comisaría, me reuní con autoridades del municipio y gente de Jáchal, y me dijeron que acá el gran problema era el alcohol, especialmente en los jóvenes. Así que aumentamos la prevención en todos los lugares nocturnos, no permitimos menores en locales nocturnos y cortamos el expendio de bebidas a las 4,30. Además pusimos patrullas en El Vivero. Fueron medidas que hasta ahora nos dieron resultado’, dijo el comisario Julio César Coria, quien reemplazó a Horacio Herrera.
Además de los efectivos jachalleros, la Seccional 21 ahora cuenta con 15 refuerzos casi permanentemente, pertenecientes a Infantería, Cuerpo Especial de Vigilancia y Comando Radioeléctrico.
‘Este pueblo cada vez es más aburrido. Yo creo que está bien que vigilen, pero no me banco lo que está haciendo la Policía, que trae milicos de San Juan para meter miedo. Nos vamos a calentar y acá se va a armar de vuelta’, advirtió Nico, mientras tomaba un fernet cerca de una estación de servicio. ‘Entiendo que puede haber cierto recelo con la Policía, pero siento que muchos han tomado conciencia de que ya no va a ser fácil esquivar a la Justicia’, agregó Coria.
