"Me falta convencer a uno solo. A los demás, ya los tengo conmigo: son todos de Boca", dice Verónica riendo. Desde hace 4 años, tiene a cargo un Pequeño Hogar que funciona en el Barrio Atsa y en el que conviven 9 chicos que tienen entre 9 y 17 años, lo que lo convierte en uno de los más numerosos de la provincia. Y en ese tiempo, además de convertirse en la mamá de Isaías, Agustín, Gustavo, Rolando, Juan, Jorge, Lautaro, Johnatan y Nahuel, se las arregló para que todos -menos uno- se hagan hinchas del cuadro de sus amores: Boca Juniors.
El Pequeño Hogar del Barrio Atsa es uno de los lugares que posee la Dirección de la Niñez para albergar a chicos en situación de riesgo que no tienen familiares que los puedan tener. Ahí conviven con otros chicos y una mamá sustituta hasta que cumplen los 18 años, edad en la que deben salir del sistema. Y Verónica tiene a 7 de estos chicos, además de los 2 propios.
Es sábado a la mañana y la casa está impecable. Verónica no durmió casi nada, porque su mamá está enferma y la estuvo cuidando, pero los chicos tienen todo bajo control: el mate, listo sobre la mesa, la vereda limpia y el jardín regado. "Esto es una pasión más que un trabajo -dice Verónica- porque yo a los chicos los quiero tanto que cuando no estoy con ellos, es como que me falta algo. El hecho de que se levanten, me den un beso, me cuenten cómo les va en la escuela y me hagan participar en sus cosas no tiene precio para mí."
La casa funciona como si un invisible mecanismo de precisión controlara lo que pasa adentro. "Yo soy la que primero se levanta, pero Johnatan es quien me despierta, porque escucha el reloj antes que yo. Ahí empieza la jornada con el desayuno de los tres más chicos, porque son los que van a la escuela por la mañana y la movilidad pasa a buscarlos a las 7", cuenta. Según cómo sean las actividades de los mayores, será cómo van arrancando el día. "Si tienen que estudiar, se levantan antes y si no, a eso de las 9 ya están arriba. Cada uno arregla su cama y su ropa, pero bueno, son varones, siempre hay alguna colcha que enderezar", dice riendo.
De los 9 chicos, hay 4 que estudian música. "Cuando yo llegué al Hogar, Lautaro tocaba el violín. La música tenía para él un efecto maravilloso. Entonces fuimos hablando con los otros chicos y se fueron entusiasmando. Y pasó algo increíble: la música les permitió encontrar una tranquilidad y una paz que les hizo muy bien", cuenta. Hoy, además de Lautaro que sigue estudiando violín, Juan toca flauta traversa, Jorge hace percusión y Johnatan, el violoncello. "Los jueves, cuando se van a la Escuela de Música, me quedo un poco más sola", dice con un poco de tristeza.
Arreglar la casa, distribuir los turnos para el baño, controlar que los deberes escolares estén hechos y preparar el almuerzo para todos son algunas de las tareas que Verónica realiza a diario. "El premio es el cariño de ellos. Yo tenía otra vida antes de llegar acá. Cuidaba personas mayores y vivía con mis dos hijos y una amiga me habló de este trabajo. Vine a conocer a los chicos y me enamoré. Al otro día, armé mi bolso, junté a mis hijos y me vine para acá. Hoy siento que son todos míos: tanto que hasta el resto de mi familia los adoptó", relata.
Verónica iba a ser psicóloga, pero la muerte temprana de su hermana y su cuñado la convirtió en madre sustituta de sus sobrinos, a quienes ayudó a criar junto a su propia madre. Después, la vida le puso en el camino a otros 7 chicos sin hogar, para cuidarlos y criarlos. Y hoy, a 4 años de haber asumido esa múltiple maternidad, recibe el mejor regalo que una madre puede recibir: que sus chicos aseguren que lo único en el mundo mejor que su mamá, es la lasagna casera que ella misma les prepara.
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