Todas nuestras instituciones, sin excepción, han sido afectadas en sus esencias y ninguna puede preciarse de que salió ilesa del artero ataque, por los tantos gobiernos y desgobiernos precedentes, que en las últimas décadas culminaron favoreciendo en sus extremos los personalismos y las parcialidades en detrimento de esa "cosa” sagrada como es La Institución, la que debemos escribirla con Mayúsculas, como excelso nombre propio que es.

Los nuevos liderazgos están distribuidos, porque las sociedades, muy numerosas, caminan hacia construcciones complejas pero en medio de la adaptabilidad que la propia realidad y necesidad va planteando, inmersos en un mundo científico y tecnológico que muta constantemente. En su asidua, natural y permanente evolución, sorprenderá negativamente a aquellos pueblos y gobiernos que no se preparen para recibirle en sus disímiles formas de manifestarse.

El mundo camina indefectiblemente hacia un universalismo que se está construyendo y definiendo a la par de los continentalismos, superando y mejorando una globalización mercantilista para sustanciarse en un tiempo humanista, de la mano de la magnanimidad social como marco de la realización de la bondad y el bien común. Son dos grandes lineamientos que se enfrentan en una prédica avasallante de los líderes que hasta hoy se sostienen en la pergeñada globalización esencialmente materialista, y la nueva corriente que crece por necesidad y conveniencia hacia un orbe más considerado con la persona humana, concretamente más justo, pero donde prime también la racionalidad que procure que la historia comience a superar la lucha de clases y la lucha de los pueblos contra los imperialismos, es decir, la integración de las naciones desde una concepción humanista que asimile que son más las necesidades comunes que unen que las torpezas de separan.

En este marco, los argentinos en su conjunto debemos tener un lugar de lucha para no quedarnos afuera de tan importante construcción. Estamos fuera de la edificación de estos parámetros donde nunca tuvimos la más mínima influencia. Sin embargo, la coyuntura mundial y ciertos méritos en los foros internacionales soplan como "buenos vientos”, para hacer factible por primera vez a ser parte de esa organización esplendorosa que define, de un modo preponderante, el devenir de la humanidad.

Por supuesto, también debemos conocer que nuestra labor comienza por casa. Este precepto de la añeja enseñanza, no puede soslayarse de la política nacional tanto en el oficialismo con los sectores de la oposición y todas las instituciones que necesitan recuperarse de consumadas degradaciones, a partir de profundos análisis de reflexión y desprendidas autocríticas. Esta tarea trascendente que debe recrearse hoy y no mañana, supera toda concepción individualista o de sectores. Sólo que tiene una característica ineludible y que debe asumirse con alta responsabilidad desde el más elevado nivel de la conducción política. En ello va la idoneidad con la que se procese este acto sobresaliente donde confluya la alta tribuna para llamar, para convocar.

El pueblo escuchará la convocatoria si se emite desde la gobernabilidad, oficialista y oposición, en la comprensión que debemos transitar con procesos internos de integración, regionales, continentales y globales. Sólo una Argentina renovada puede integrarse esperanzadora a una nueva sociedad mundial que está en camino.