Quizás sea por el empeño que pone todos los días, desde que tiene 17 años, para llevar adelante una empresa que pasó por todas las etapas y acompañó los vaivenes económicos del país: crecimiento, estancamiento, nuevos proyectos, declives y el fantasma de un concurso de acreedores. Y por qué no por su capacidad para "dar vuelta la página” y encontrar soluciones de la mano de nuevos desafíos. Siempre sin descuidar a su familia o a quienes daba trabajo. Esa es Ana María Ojeda de Esteybar, una sanjuanina que justamente por estos dos argumentos y seguramente muchos más fue merecedora de la 2¦ mención del premio Empresaria 2014, que acaba de entregar el sector femenino de la Came -específicamente la Me-Came, Mujeres Empresarias de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa.
Con la excusa de celebrar el "mes de la mujer”, Me-Came convocó a sus entidades integrantes de todo el país a buscar historias interesantes, con un fuerte contenido, casi un ejemplo, entre las mujeres de negocios. Fueron 40 las mujeres propuestas, una por cada jurisdicción dónde la confederación tiene su sede.
De San Juan, la postulante fue Ana María Ojeda de Esteybar, quien está al frente de la empresa que lleva los dos apellidos familiares -el paterno y el marital- y que se dedica a rubros tan diversos como las construcciones civiles, las redes eléctricas y como si fuera poco, la producción. Justamente este último item, la reconversión empresarial de la mano del tomate desecado a la que apostó la protagonista de este premio con la ayuda de su familia durante la crisis del 2001, fue lo que valoraron sus pares y lo que pesó al momento de la distinción nacional, un premio que por primera vez en su historia entrega la Came. Junto a la sanjuanina fueron reconocidas la chaqueña Verónica Cora, que se dedica al negocio de la estética y la cosmética artesanal (con el primer premio) y Belén Avico, de Río Cuarto, por su emprendimiento CuraTé Alma, con el que conquista paladares por medio de blends y por lo que mereció una primer mención.
"Creo que el premio es un aliento a seguir haciendo y al compromiso con que uno ejerce la empresa, pero también es un mimo por la trayectoria y por todos los años que uno ha dedicado al trabajo con sacrificio pero también con pequeños logros”, dice gratificada por la plaqueta que acaba de recibir, la que atesora con cariño junto al premio "Percherón”, un reconocimiento que recibió en el 2010 por la Federación Económica de San Juan.
De cablear a secar tomates
Ana María encontró otro sentido a la empresa que llevaba al frente su papá Aníbal cuando empezó a estudiar Ciencias Económicas en la Universidad Católica de Cuyo, en los años "70. Ella tenía 17 años y si bien estaba cursando las primeras materias de lo que sería su profesión, descubrió que algo podía aportar al emprendimento familiar. Así es que pronto se hizo cargo de la parte contable.
En un lapso de pocos años pasaron muchas cosas en su vida: a los 21 años, en 1978, se casó con Rodolfo Esteybar, con quien compartía el espacio laboral ya que era el ingeniero de la empresa; se tomó un año sabático para completar los estudios universitarios y con 25 años se recibió, cuando ya había nacido Paula y venía en camino Diego, su segundo hijo (muchos años más tarde llegaría Marcos que actualmente tiene 17 años).
"En todo ese tiempo hubo momentos buenos, muy buenos, malos y muy malos. Obras importantes, de barrios o tendidos eléctricos dentro y fuera de la provincia, como el que hicimos en el aeropuerto de Iguazú o en todo el Médano de Oro, por dar algunos ejemplos. Pero también hubo lapsos de no tener nada de trabajo y deudas acumuladas a punto tal que en 1985 tuve el dolor de empezar a preparar el propio concurso de acreedores, el que pudimos sortear gracias a que en el "87 la cosa empezó a repuntar y volvimos a ponernos de pie. Siempre hay una oportunidad para volver a empezar. Pero siempre hay que tener la consigna de no bajar los brazos”, dice convencida Ana María.
Sin lugar a dudas, mantuvo y mantiene esa consigna hasta hoy, inclusive para sortear momentos más difíciles aún, como la muerte de su papá, lo que la obligó a tomar las riendas empresariales junto a su hermano o cuando su marido fue a trabajar por un tiempo a Buenos Aires buscando un mejor porvenir. Es que las crisis fueron recurrentes para su empresa, a tono con la realidad del país. Quizás la que los golpeó más duro fue la del 2001, sin embargo, esta fue una gran oportunidad para, una vez más, "no bajar los brazos”.
"No teníamos ni un proyecto en ejecución, lo que era algo desesperante. Paralelamente mi hija se acaba de recibir de ingeniera en Alimentos. Charlando con ella, llegamos a la conclusión que la alimentación era fundamental siempre. Entonces nos animamos a apostar por el campo, sin saber nada ni tener experiencia. Eso sí, teníamos que buscar algo innovador. Entonces nos embarcamos en el tomate para desecar”, cuenta, quien no tuvo problemas con ponerse a estudiar y a investigar desde los primeros plantines que sembraron en 3 hectáreas que alquilaron en Pocito. Aquella vez obtuvieron en toda la temporada, 50.000 kilos de tomates (con los que hicieron los primeros 2500 kilos de tomate desecados). Hoy, mucho trabajo de por medio, llegan a cosechar 30.000 kilos de tomate fresco por día.
"Crecimos, llegamos a exportar el 90% de la producción a Brasil y Estados Unidos, sin embargo, hoy el mercado no nos favorece”, agrega Ana María, quien, por nada del mundo, baja los brazos ni pierde las esperanzas.
