Las ofertas políticas se apoderaron de la agenda pública e invadieron los canales de comunicación en forma ininterrumpida desde mayo, el mes de la primera cita. El trajín resulta en definiciones antagónicas, dependiendo de quién lo mire: cansancio e indiferencia para algunos, posibilidad una activa participación política para otros.
La carrera electoral arrancó con la consulta popular que convocó el oficialismo para ratificar o rechazar la enmienda constitucional que habilita un tercer periodo consecutivo para el Gobernador. Fue el inicio de una larga cruzada para intentar legitimar un cambio de alto valor institucional y el gobernador José Luis Gioja alcanzó con holgura el primer peldaño.
Después vino el 14 de agosto, cuando por primera vez en la historia del país se implementó el nuevo mecanismo de primarias que ideó el kirchnerismo para que la gente se metiera en la vida interna de los partidos políticos y eligiera candidatos. La cita de hoy es a la que todos están acostumbrados, la de la elección de quienes serán los representantes populares a partir del 10 de diciembre, y podría ser la última. Esto, si Cristina no canta victoria en primera vuelta en su objetivo de quedarse en la Rosada.
Frente al bombardeo propagandístico que suponen tres elecciones en tan sólo siete meses, el temor era caer en un inédito ausentismo en las urnas. No fue así. En mayo votó algo más del 64 por ciento del padrón y en agosto repuntó a más del 70 por ciento, ambos casos por encima de la baja participación ciudadana de 2001, cuando las cacerolas se hicieron sentir con fuerza en todo el país en plena ebullición por el cisma aliancista.
En la teoría, la existencia de tres llamados para decidir en las urnas sobre el camino institucional de San Juan podría suponer como resultante la idea de involucrarse más con la actividad política. ¿En la práctica, se cumple? Cualquier respuesta absoluta en algún sentido parecería ser equivocada, entendiendo que la ‘real participación política‘ ostenta niveles de acuerdo al rol que juega cada involucrado y que no está ligada únicamente al mero número de votantes que asisten al cuarto oscuro o a la cantidad de personas que nutren las filas de un partido político.
José Luis Gioja dijo esta semana en Radio Colón que es ganar en participación ciudadana. Minutos antes, una oyente llamada María celebró que llegara la elección de hoy para ir a votar de una vez y que se termine el clima proselitista. La primera es la expresión que se desprende de aquellos que sienten útil su participación política, sea directa o indirecta, que le dan valor a la elección personal y que se sienten con un rol activo. La segunda es producto del desencanto político y el sentimiento de marginalidad frente a las esferas de poder, que termina en una espera tediosa y pasiva para cumplir con un derecho que pesa como una obligación. Es, entonces, para la clase dirigente oficialista y opositora, una deuda pendiente revertir la desmotivación de los que sin quererlo, desprecian hasta su propio voto.
A nivel nacional, el kirchnerismo asegura que la participación política va en ascenso. Tras 8 años de mandato y en competencia por alcanzar 4 más, reivindica el fenómeno citando la aparición de numerosas agrupaciones de jóvenes militantes (Cámpora, Colina, entre otras) y la oportunidad que se le abrió a todos los electores de meter mano en la listas de candidatos.
‘Todavía no se da esa relación‘, reflexionó ayer monseñor Alfonso Delgado sobre el equilibrio entre la ‘real participación política‘ y la cantidad de oportunidades de la gente de optar en el cuarto oscuro para inclinar la balanza sobre aspectos clave de la vida de la provincia y el país. La brecha, la atribuyó a ‘la calidad política que queremos tener y no conseguimos‘.
