El colapso de un edificio de varios pisos, de un complejo textil en Bangladesh, en el que se producía indumentaria para marcas internacionales, tuvo un saldo de 501 muertos y heridas de consideración a más de 2.400 personas de las 3.000 que trabajaban en el lugar. Es la mayor tragedia laboral de la historia y también un hecho evitable si se hubiesen cumplido las normas básicas de construcción, debido a la negligencia y la corrupción existente en uno de los países más pobres del mundo.
El desastre ha puesto de manifiesto las inhumanas condiciones laborales y de seguridad en que trabajan los empleados de las fábricas textiles asiáticas, caso de la destruida, que abastecen a multinacionales occidentales. Los bajísimos salarios, junto con extenuantes jornadas de trabajo, han volcado a las marcas líderes de Occidente a confeccionar vestimenta en estados empobrecidos como Bangladesh, cuyas exportaciones rondan los 19.000 millones de dólares al año, destinando el 60% de las prendas a Europa. Para atender esta gran demanda, alrededor de 3,6 millones de personas trabajan en la industria de la ropa, convirtiéndola en la segunda mayor exportadora de vestimenta después de China. Los operarios, en su mayoría mujeres, ganan 38 dólares al mes ($250), en condiciones que el papa Francisco calificó como de "’trabajo esclavo”.
Se suman las pésimas condiciones de infraestructura, motivo del trágico derrumbe. El 23 de abril último, el día anterior al derrumbe se observaron grietas en las columnas del complejo, levantado en una zona pantanosa y a pesar de esta amenaza latente, igual se obligó a los trabajadores a ingresar a lo que se convertiría en una trampa mortal.
