Durante su viaje a Tierra Santa, realizado días atrás, el papa Francisco cumplió un periplo de tres días que incluyó Jordania, Belén y Jerusalén. En esta última localidad visitó al Gran Muftí musulmán, quien es el más importante intérprete de la "sharia” o ley islámica. Es la máxima autoridad legal en un territorio.
De allí se dirigió al Muro Occidental o llamado "de los Lamentos”. Se trata del muro del segundo templo, reconstruido por orden de Esdras y Nehemías al regreso del exilio de Babilonia, y vuelto a destruir por el emperador romano Tito en el 70 dC. Fue éste quien dejó ese muro para que los judíos tuvieran un amargo recuerdo de que Roma había vencido a Judea. Pero los judíos lo atribuyen a una promesa hecha por Dios, según la cual siempre quedaría al pie al menos una parte del Templo como símbolo de su alianza perpetua con el pueblo elegido. Esas piedras están impregnadas de la "shekhiná” es decir, de la gloria y la presencia divina. Allí los orantes judíos rezan moviendo sus cuerpos, recordando lo del salmo 35,10: "Todo mi cuerpo dirá: ‘Oh Eterno, ¿quién hay como tú?”. Francisco rezó y dejó en un papel sus deseos que introdujo en esas piedras sagradas. Luego llevó una ofrenda floral al Monte Herzi, donde se encuentra el cementerio nacional israelí, en el que se sepultan a los héroes de guerra de Israel, así como a sus jefes de Estado, primeros ministros, y ex presidentes del "knesset” (Parlamento). Allí han sido inhumados los cuerpos de Isaac Rabin, Premio Nobel de la Paz 1994, y gran gestor del Acuerdo de Oslo para poner fin al enfrentamiento con palestinos, y la primer ministro Golda Meier.
Después fue al Museo "Yad Vashem”, (memorial del nombre) o del Holocausto, donde se honra a millones de judíos asesinados en la horrenda tragedia de la Shoá, advirtiendo que no hay que permitir que ese horror vuelva a deshonrar a la humanidad. Tras el encuentro con los grandes rabinos de Israel, con el presidente de Israel Shimon Peres, y el primer ministro Benjamín Netanyahu, visitó al patriarca ecuménico Bartolomé I, y se reunió con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la Iglesia del Getsemaní junto al monte de los Olivos. En ese templo se encuentra la piedra sobre la cual Jesús sudó sangre antes de ir al juicio que lo llevaría a la muerte. Se trata del fenómeno conocido como "hematohidrosis”, que se presenta sólo en casos de "stress” extremo, o de los condenados a muerte con sufrimiento y flagelación previa. Finalmente celebró la Misa en un lugar inolvidable: el Cenáculo donde el divino Maestro celebró la Última Cena e instituyó el sacerdocio. Un lugar no ajeno a controversias. Tras la destrucción de Jerusalén en el 70 dC, Tito no destruyó este lugar sagrado. Los persas lo demolieron en el 614. Se volvió a levantar, pero los turcos del imperio otomano se apoderaron de él en 1524, erigiendo en ese lugar una mezquita, por lo que los cristianos tenían prohibida la entrada hasta hace poco más de un siglo. En 1948, con la creación del Estado de Israel, el área fue confiscada, convirtiéndose en propiedad del nuevo Estado, por lo que no hay allí ningún signo sagrado y donde no les está permitido a los cristianos celebrar la misa, excepto a dos pontífices a quienes se les concedió este privilegio: Juan Pablo II y Francisco. Desde ese lugar sagrado donde las manos de Jesús partieron el pan y luego se extenderían en la cruz como signo de amor supremo, el Papa dejó la Tierra Santa, tras haber sembrado en ella gestos de humildad sincera y signos convocantes para descubrir que no hay caminos para la paz, sino que la paz es el camino.
