Jesús dijo a Nicodemo: "De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (cf. Jn 3,14-21).
Con las palabras iniciales del evangelio de hoy, Jesús nos permite escrutar el misterio de Dios y su relación con nosotros. Dios no sólo nos hace dones, sino que él mismo se dona. En cada promesa suya, no sólo promete sino que se compromete, tal como es siempre el auténtico amor. El Amor es locura; es decir, éxtasis, salir de sí. Dios desciende en su Hijo y se hace cercano a cada hombre y a cada necesidad humana. Pero para reconocerlo como don es necesario creer. En griego, "creer" y "entregarse", son la misma palabra. Conviene que a esta altura de la Cuaresma nos preguntemos, en qué Dios confiamos. Nosotros no creemos en un Dios que usa el poder para dominar, sino en quien revela su amor para convertir. Pero, ¿cómo es nuestro Dios? Ante todo, es un Dios que se revela hablando; pero hay momentos en que se "muestra" callando. Él se comunica muchas veces, pero hay períodos en los que hace silencio. Es en esas situaciones cuando corremos la tentación de preguntarnos, "¿Y Dios para qué sirve?". Si pudiéramos responder a este interrogante, habríamos logrado reducir a Dios a una simple dimensión de criatura. Si supiéramos "para qué sirve", podríamos usarlo como una pieza ajustada a nuestras necesidades. Si Dios sirviese para "algo", sería parte de nuestra estructura y podríamos disponer de Él, de acuerdo con nuestra voluntad. Entonces, Dios ya no sería Dios; sería "algo", y para colmo a nuestra medida. Ya no sería Misterio. Pero Él es misterio que requiere silencio para adorarlo, especialmente, cuando no habla. Cuando acontece la muerte de un ser querido que deja hijos pequeños o grandes; cuando nos cuesta comprender las pruebas de nuestra existencia; o cuando nos inquieta la visita de la cruz o del dolor en sus diversas manifestaciones. A nuestro Dios no se lo comprende cuestionándolo, sino que se lo adora callándonos. Es que el silencio es respeto hacia el interrogante y condición para la búsqueda de lo infinito.
Nuestro Dios es Verdad: "El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz". Así concluye el evangelio de este domingo. La verdad no se negocia sino que se la busca para luego obrar conforme a ella, y tener paz. A veces nos traerá "dolores de cabeza", pero es salvación de vida. Se dice que una vez, había un local con un gran cartel que decía: "El negocio de la verdad". Allí vendían la verdad. Un hombre ingresó y la vendedora, muy cortés le preguntó con voz suave: "¿Qué tipo de verdad desea comprar? ¿Una verdad total o parcial?". El interesado respondió: "La verdad total, obviamente". Deseaba la verdad simple y pura. Entonces, le indicó que pasara a la trastienda, porque era el lugar donde se vendía la verdad total. Allí otro vendedor, un señor serio le dijo: "Le advierto que el precio de la verdad total es altísimo". "¿Cuánto es?", preguntó. "El precio, le dijo, es éste: si usted elige la verdad total deberá sufrir toda la vida". El hombre creía que la verdad plena se adquiría a un precio modesto. Pero lo cierto es que, la verdad total, aunque tenga un alto precio es lo que da tranquilidad de conciencia y vida para toda la vida. Como decía santa Teresa de Ávila: "la verdad padece pero no perece". Aunque muchos no lo crean.
Nuestro Dios nos hace descubrir el valor de lo esencial. Lo comprendieron los santos, como la misma Teresa de Jesús que afirmaba: "Sólo Dios basta". ¿Qué es lo vital para nosotros? Dicen que una vez, un filósofo cruzaba un ancho río en un bote conducido por un sencillo botero. El filósofo le preguntó: "¿Conoces matemáticas?". "No", dijo el botero. "¿Es grave?", preguntó a su vez. "Gravísimo", dijo el filósofo. "Has desperdiciado por lo menos un cuarto de vida". Y prosiguió: "¿Conoces, al menos algo de astronomía?". "¿Es algo que se come?", inquirió a su vez el pobre hombre. "No", dijo seriamente el filósofo. "Desperdiciaste otro cuarto de vida". En ese momento, un imprevisto movimiento del filósofo hizo mover el bote bruscamente, que se dio vuelta y se hundió. Los dos hombres estaban en el agua dando brazadas para mantenerse a flote. Y el botero preguntó al filósofo: "¿Sabes nadar?". "No", le respondió. A lo que el botero le afirmó: "Entonces, has perdido la vida entera". En la vida no podemos hacer preguntas insensatas o superfluas, sino esenciales y vitales. Que en este IV Domingo de Cuaresma nos interroguemos si nosotros seguimos a un Dios salvador que se lo adora cuando no habla; que es la Verdad que dona paz al corazón, y que nos hace descubrir lo que realmente vale en la vida. De lo contrario, como diría el filósofo francés Jean Paul Sartre (1905-1980), seremos "una pasión inútil", o un "calendario sin esperanzas".
