Tarde de domingo, sol a pleno, matices de lo que para cualquier sanjuanino sería el marco ideal para disfrutar de una agradable jornada. Pero esas condiciones de "día perfecto" para algunos, se transformó en la previa de una larga noche para otros. Es que advertidos de la cantidad de gente que asistiría al primer día de inscripción podía ser mucha, algunos previsores decidieron tomar sus precauciones.

Minutos antes de la medianoche, en avenida Libertador y Tucumán, frente a Anses, la cola era de unos 60 metros. Munidos de un equipo de mate o algún sandwich, los tempraneros llegaron desde las 17 del mismo domingo, es decir, 10 horas antes de que comience la atención al público.

Los primeros en llegar fueron Sonia Pineda y su hijo Daniel. Para ellos la espera se convirtió en un juego de postas. Mientras Sonia iba a cenar a su casa, su hijo cuidaba ese primer lugar que a esa hora de la noche valía oro. Más atrás y haciendo bastante ruido, estaban un grupo de amigos. Eran varios, que con cartas en mano y sonrisa pícara ante alguna jugada de truco que se definía, hacían grata la velada. Oscar Muñoz, Pablo Segatti, Elio y Alexis habían llegado a las 17.15 a la puerta de Anses. Decidieron hacer amena la extensa espera y montaron un buen programa, que además de las cartas, lo acompañaron con alguna comida liviana y una que otra gaseosa. La sonrisa de los jóvenes se apagaba por momentos cuando contaban que no tienen trabajo y que "no nos quedó otra que venir para poder obtener este beneficio", resumió Pablo.

Callada y con la mirada perdida, estaba Yanina Montaña (30), quien se acercó pasadas las 21 horas. Con una voz apagada, comentó que está separada desde hace poco tiempo y que su ex marido "dejó de trabajar para no pasar la cuota de sus 5 hijos". Yanina dejó a sus pequeños con los abuelos en Albardón. Su tiempo lo absorbe la crianza de sus hijos y eso le imposibilita trabajar.

A medida que se acercaba la medianoche, el silencio se apoderaba de las personas que sentadas o acostadas en la vereda se preparaban para la larga velada.

Algunos se fueron preparados. Reposera en mano, Pablo y Víctor Araya, son hermanos que viven en el Barrio Wilkinson y ese lazo de sangre que los une es tan grande que hasta para sacar esta asignación fueron juntos. Son pintores y cuando sale algún trabajo ahí están los hermanos Araya para sumar un ingreso a sus alicaídos bolsillos. Llegaron en la noche del domingo con una reposera para cada uno y un sustancioso banquete que incluía unos sandwich de milanesa y gaseosa.

Ese silencio que reinaba se cortó de repente. "Señor -señalando a este cronista- hágale una nota a la mujer que pobló la Argentina", comentó a viva voz una señora que se ubicaba en los primeros lugares de la cola. El dedo señalaba a Adela (43), quien ante tremenda confesión se sonrojó. Tiene 9 hijos, que van desde los 4 a los 24 años. Su esposo es cartonero, pero a pesar de los ingresos que llegan "por goteo" al hogar familiar, Adela no deja de mandar a sus chicos a la escuela.

Las historias se sucedían, pero más allá de los pesares que a cuenta gotas se animaba a narrar, reconocían que el sacrificio de estar sentado o acostado en la vereda tendría un premio y ese sería la asignación.

En la mitad de la fila estaba Cristian."Nos vinimos con la nena para acá y no tenemos nada para comer. Menos mal que mi señora le va a dar teta a mi hija para poder pasar la noche", contó este papá de 22 años que tiene una pequeña de 1 año y 6 meses en brazos. Sin trabajo estable, depende exclusivamente que le salga algún trabajo como albañil.

La noche fue testigo de decenas y decenas de personas que esperaban a la intemperie, unos pocos durmieron y los demás encontraban en el ocasional vecino de fila un par que servía de confesor de penas y alegrías de una vida que los llevó a esta situación.