Del papa Francisco al dúo Pimpinela, de la actriz Nacha Guevara al empresario Alberto Samid, del cantante Ricardo Montaner al historiador "Pacho" O’Donnell y de la conductora Mirtha Legrand al baterista Charly Alberti. Daniel Osvaldo Scioli responde como pocos al pragmatismo peronista que condensa un colectivo heterogéneo detrás de la figura del conductor.
Por eso, se propone cerrar la "grieta" en caso de ser electo presidente. Nunca lo dirá en público, pero su estilo no es el del kirchnerismo, aunque en el último tiempo haya profundizado su alineamiento con los inquilinos de la Casa Rosada. Su impronta es la de integrar posiciones distantes y "llevar la discusión a todos lados", como admitió al programa "6,7,8", donde antes lo habían tratado de "candidato de los fondos buitre".
Dialoguista, deportista, cultor del ajedrez, amigo de sus amigos pero también de sus enemigos y atento a los reflejos del mundo del espectáculo, Scioli aplica el manual peronista con más rigor que el selecto grupo que lo designó como único candidato del oficialismo, en el broche de oro de una convivencia tirante que hoy encontró su remanso. Hincha de Boca. Flamante licenciado en Comercialización -una deuda que tenía pendiente desde hace cuatro décadas con su fallecido padre, cuando abandonó sus estudios-, lleva "las tres P" como filosofía de vida: "Paciencia, prudencia y perseverancia".
Con una disciplina rígida de entrenamiento -hace aeróbico todas las mañanas- y de alimentación, el exmotonauta se encuentra a sus 58 años ante el desafío de subsanar, desde el kirchnerismo, la división de la sociedad que la oposición le atribuye al Gobierno por su estilo confrontativo.
No era el candidato esperado por la ortodoxia oficial, pero fue el candidato posible. Cultor de la imagen, Scioli se ocupa personalmente de todas las fotos que distribuye su equipo de comunicación, y nunca sacrifica la pastafrola de la merienda.
Sus primeros movimientos de campaña evidenciaron su estilo abierto y conciliador sobre las filas del kirchnerismo, cuyos referentes asisten impávidos a la convivencia "forzosa" con las figuras de la farándula que apuestan por su victoria.
El candidato del Frente para la Victoria ya no disimula su intento de trazar una línea de continuidad entre el punto de inicio de su carrera política, en 1997, y este presente que lo encuentra como el bendecido de Cristina Fernández de Kirchner.
Mal que le pese al comando K, sus gestos apuntan a unificar posturas irreconciliables: el reconocimiento al expresidente Carlos Menem, la promesa de concretar la "autonomía" porteña retaceada al macrismo, la búsqueda de contención a la tropa de gobernadores opositores y el variopinto elenco de invitados a las cenas con Carlos Zannini y el camporismo son apenas muestras de la etapa política que pretende comandar.
"El kirchnerismo se sciolizó", define un sciolista, en una apuesta por despejar dudas sobre el supuesto cepo kirchnerista corporizado en la figura de Zannini. Entre sus movimientos tácticos, Scioli ni siquiera excluyó planes de "charlas" con Hebe de Bonafini y los fríos intelectuales de Carta Abierta, además del "baño de progresismo" que aportaron los encuentros con el cubano Raúl Castro, el boliviano Evo Morales y el brasilero Lula Da Silva. Para Scioli nunca hubo sobresaltos, y así lo admitió en el recinto hostil de "6,7,8": "Los que cambiaron fueron los otros".
Sus lesiones cuando juega al fútbol no le quitan su pasión por el deporte al actual gobernador bonaerense, considerado como el hombre con traje de amianto, el mineral que resiste al calor y a las llamas. Es que Scioli, nacido en el barrio porteño de Villa Crespo, es un dirigente de extrema diplomacia, capaz de eludir cualquier inconveniente. Antes de volcarse en la política, se hizo famoso como motonauta hasta que, en 1989, su carrera se truncó por un accidente de lancha en el que perdió su brazo derecho. Algo que, según él, lo obligó a forjar su resiliencia, que es la capacidad de sobreponerse a adversidades.
