Se lo puso en aquella conferencia de prensa en que lo presentaron como el nuevo técnico de la Selección Argentina y después lo guardó en el placard. Hasta una de sus hijas bromeaba con que le había puesto naftalina. Pero ayer, Diego Maradona fue más imprevisible que nunca. No se afeitó como decían algunos que iba a hacer. De hecho, no puede por la operación que tuvo en su labio por la mordedura de un perro. Pero sí, nuevamente, sorprendió. El Pelusa se calzó el mismo traje con que la FIFA le hizo la foto oficial en Ezeiza y así cumplió con su palabra. Jamás se lo desprendió durante los noventa y seis minutos que duró el encuentro, y a la postre del resultado final, bien se podría decir que desde ahora será la cábala pública.

"Pasa que mi viejo con la joggineta se siente un jugador más. Es como que todavía, y no sé si algún día va a asimilar que ya no es jugador”, explicaba Dalma hace unos días y agregaba "pero estoy seguro que Giannina lo va a convencer para que use traje”. Finalmente la premonición de la hija mayor se dio. Diegote calzó traje, igual que sus dos ayudantes más cercanos: Alejandro Mancuso y Héctor Enrique. Al partido lo vivió a mil, como le pasa y le pasará tenga un look deportivo a lo Bielsa o un traje de Versace. Maradona no sabe de grises, como repitió en otra conferencia de prensa histórica: la post clasificación al Mundial cuando pidió sexo oral colectivo y recibió dos meses de sanción por parte de la FIFA. Cantó el himno de pie firme y emocionado. Tras la última estrofa se besó el rosario que llevó todo el juego ante Nigeria en la mano izquierda. No había pitado el árbitro y ya estaba pegadito a la línea de cal. Fue y vino mil veces. La primera de decenas de órdenes-aliento la recibió Jonás. Verón fue su interlocutor habitual en la etapa inicial. Su gran alegría llegó temprano. A los 6′ Heinze metió el frentazo y concretó una jugada preparada, que dicen pensó y pergeñó Enrique. "Para vos. Para vos”, le gritó a Diego Milito y le pegó un abrazo de oso. Luego, se descargó ante las cámaras. Pero no se relajó. Se recalentó cuando los africanos devolvieron una pelota bastante más lejos de donde Argentina se las había dado para que atendieran a un lesionado. El descanso lo tuvo en rol protagónico y cara a cara con sus muchachos.

Decidió seguir con el planteo de Gutiérrez como lateral-volante, una idea suya que nunca terminó de cerrar. Metió cuatro toques de calidad con la zurda mágica para pasarle la pelota al lateral nigeriano. Debatió y le costó entender los "consejos" de Enrique para hacer los cambios. Se pareció bastante a Bilardo cuando sacó a Di María y colocó un central como Burdisso. Dejó en cancha a su adorado Messi, porque, como dijo en su estupendo balance final, "estaba siempre cerca de la pelota como yo quiero y a él más le conviene”. A Mascherano, su mimado en el medio, le dijo cerca del final "ya está. No jugamos más. Quedan dos minutos. Se terminó”. Maradona sabía como pocos lo que es un debut en un Mundial. En su haber tuvo cuatro como jugador y la mitad de veces se fue derrotado. Esta vez fue del lado de afuera y con victoria. Para su alegría. Para su felicidad. Para entrar a la cancha y saludar a todos. A Romero -acaso su mayor acierto-. A Heinze, referente suyo pese a las críticas. A Milito. A Higuaín. Y a Lionel, el único al que además de rodearlo con sus brazos lo levantó. Y cuando lo bajó de nuevo al suelo, le dijo algo al oído del rosarino. ¿Le habrá dicho que ya transita el camino para sucederlo?