Nadie recuerda, o por lo menos son muy pocos, cuando un hindú ingenioso inventó allá por los albores del Cristianismo, un signo: El cero, que empezaría a rodar por el mundo. Esta imagen de la negación y de la nada llegó a ejercer en el campo de la vida moderna y contemporánea un influjo tan concreto como positivo. En la relación con el sistema decimal, llenó con ventajas la función que antes desempeñaban otros signos en los números compuestos y en decimales sucesivos. Por ejemplo, ya no se escribe a la usanza antigua "’Diez milenios, 7 decenios,4 unidades”. El cero obvió todas las dificultades que semejante relación producía en las viejas tablas comerciales. Antes de la aparición del cero, se hacían operaciones numéricas de diversas maneras. En lugar de escribir "’seis millones cuatrocientos tres mil doscientos cuatro” (6.403.204), se redactaba así: "’6M.4.3M.2S.4”. Pero esta fórmula no solucionó el problema de los romanos sin la ayuda de una tabla de contar cuando se trataba de resolver una operación aritmética. Los fenicios obviaron el inconveniente valíéndose de tablas especiales en lo referente a las sumas, pero cuando necesitaban multiplicar, tanto a los fenicios como a los romanos -y a otros- se les presentaba un problema: las complicaciones aritméticas provenían de no conocerse más de 9 números, y cuando el cero descubierto en algún lugar de Oriente entró a formar parte de la operación decimal, las dificultades desaparecieron gracias a la intervención de los árabes que lo introdujeron en Europa; y al expandir su cultura lo agregaron a la derecha de un número y lo elevaron automáticamente a un rango de orden decimal. El cero entonces, tan genialmente aplicado permitió cualquier multiplicación por diez, y luego como paso siguiente, encontraron por deducción el procedimiento para la división. De esta manera el cero entra en España con la cultura del Islam. Cuando ni los romanos ni los griegos supieron crear los guarismos para expresar cualquier cantidad, los habitantes del Yucatán (Los Mayas) lo habían sabido. Tenían un equivalente del cero. Expresaban sus números por medio de puntos para las cifras del uno al cuatro, y con una raya para el cinco. Esto le permitió usarlo en serie de composiciones superpuestas para llevarlas de abajo hacia arriba como si fueran múltiplos. Es decir, sumaban y multiplicaban creando un guarismo equivalente al cero.

Claro, no es el cero maya el heredado por nosotros, sino el que trajeron las carabelas a las Indias Orientales. El cero, un signo cabalístico común para el conocimiento estadístico de la vida y la muerte del hombre, con sus trabajos, desgracias y glorias.

(*) Escritor.