En segundos, la vida de Fabio Balmaceda (43) y la de su familia cambiaron drásticamente tras el violento ataque a tiros de ‘motochorros‘ que sufrió hace un mes ese hombre en la puerta de su negocio. Esa noche marcó un antes y después. Un antes de tranquilidad para Fabio, de trabajo codo a codo desde hace 20 años haciendo pizzas junto a Marcela Silva (39), su mujer, la madre de sus dos hijos, Mariano (11) y Luciana (5). Y un después con Fabio sin poder ir a trabajar, con su hijo mayor con problemas psicológicos y con el resto de su familia sumida en el miedo.
Hacían 25 prepizzas cuando empezaron en el horno de la cocina de su casa en Villa Santa Anita, Rivadavia. De lunes a lunes, salían a repartirlas en distintos negocios. Con ese incansable peregrinar, la pareja adquirió de a poco otros aparatos que simplificaron el pesado trabajo de amasar. “Nuestro sueño era ponernos una pizzería y mi marido no sabía si arriesgarse por la plata. Le dije que probáramos y que si nos iba mal, no importaría, porque tendríamos nuestra casa para empezar de nuevo. Así encontramos este lugar y trajimos todo lo que teníamos”, contó Marcela.
Desde hace casi un año, se instalaron en su pequeño local ‘Pizza Planet” en Paula A. de Sarmiento 549 Sur, antes de Ignacio de la Roza, en Capital. Allí comenzaron a vender lomos y pizzas. Allí empezaron a crecer: de hornear 25 prepizzas en su casa, pasaron a realizar 150 por día. Eso les demandó adaptarse a una nueva y dura rutina: levantarse a las 5, llevar los chicos al colegio, repartir sus productos, comprar insumos, comer algo, volver, hacer una breve siesta y volver a preparar más comida para la noche y el día siguiente. Así era antes la vida de Fabio y Marcela.
Pero esa rutina se alteró dramáticamente la noche del 11 de octubre pasado: Fabio se enfrentó a dos “motochorros” en la vereda del negocio ante la mirada de su mujer, su suegra y sus dos hijos, que cenaban en el interior. Forcejeó en la vereda con uno de los delincuentes que empuñaba un arma y en esa lucha, recibió un disparo a quemarropa en el abdomen. “Justo ese día había juntado la plata del alquiler del local y siempre teníamos la costumbre de tener todo abierto. Hasta bromeé con mi mujer de que si nos venían a robar esa noche me iban a sacar la plata sólo si me mataban”, contó Balmaceda. Esa noche no le robaron nada, pero casi lo matan.
Balmaceda estuvo 7 días en terapia intensiva y otros 10 días en terapia intermedia hasta que le dieron el alta (aún tiene el plomo en su cuerpo). Los primeros 7 días fueron de incertidumbre y de drama para sus familiares. “Fabio estuvo al borde de la muerte y no sabía que iba a pasar. Fue horrible”, explicó Marcela, que el día después del ataque, tuvo que mezclar sus preocupaciones con las ocupaciones de su negocio en compañía de su hermano. “Tenía la cabeza a mil. Mi marido internado, cuidarlo, hacer las compras de la casa, atender a mis hijos, el negocio. Fueron muchas cosas y todavía las sigo haciendo sola, porque él (por Fabio) no está bien de salud. Lloré muchas veces por eso. Esto nos cambió la vida y sobre todo, los roles”, cuenta Marcela, resignada.
A Fabio, el violento ataque también lo cambió: los médicos le recomendaron no hacer esfuerzos y en los análisis le detectaron que tenía presión alta. Cuando va a la pizzería se descompone por el calor y su recuperación total le llevará más tiempo del que pensó. Ahora pasa más tiempo en casa que en el trabajo.
“Toda la gente que conozco me dice que volví de la muerte, pero no lo siento así. Es una experiencia que te marca de por vida y no se la deseo a nadie. Sólo actué para defender a mi familia y ni siquiera lo pensé, sólo actué”, comentó Balmaceda, quien agregó que si tuviera de frente a los sujetos que lo atacaron “no les diría nada. Es gente a la que no vale la pena decirles nada”.
“Fabio está cambiado -dice Marcela- su perspectiva sobre las cosas es distinta. Es más precavido, somos más precavidos. Incluso los vecinos de la zona miran para todos lados cuando salen a la calle. Pusimos una puerta de rejas y nos quedó ese temor de que vuelvan. Mi hermana es policía, sale de trabajar y viene un rato. Incluso cuando está de franco nos visita. Esto ha cambiado a todos”.
Las “esquirlas” de esa noche también alcanzaron al hijo mayor: “Mariano vio cuando balearon a mi esposo y está con asistencia psicológica. No quiere venir más al negocio y mi otra preocupación es que esto le afecte en la escuela. Lo único que deseo es que todo vuelva a la normalidad. Nos va a costar, pero es lo único que deseo”, dijo Marcela Silva. Por el ataque a su marido aún no hay detenidos.
