El ser humano, sin lugar a dudas, es el único animal que tropieza una y mil veces con la misma piedra. Y esto que pareciera conformar en nuestro país parte de una especie de fatalidad de la cual nadie quiere hacerse responsable, claramente no es así.

Ese millón y medio de compatriotas que hoy se suman a esa vergonzosa realidad que representa la infamia de la pobreza existente, y esos 2 de cada 10 argentinos que hoy consolidan la indigencia según lo señalado por el Observatorio Social de la UCA, ponen en relieve la absoluta incapacidad de poder contar como sociedad, con prohombres que sinteticen desde su propio quehacer de gobernantes, a una clase política y dirigente proba, idónea, capacitada y patriota.

Por esta razón, quienes en su gran mayoría se abogan el derecho de representarnos, fracaso tras fracaso vienen dando cuenta de la absoluta incapacidad de dar respuestas a lo que implican sus altas responsabilidades, y por esta razón también, ante la imposibilidad de simplemente imaginar la construcción de una Argentina previsible y de largo plazo, no cuentan con los atributos que caracterizan desde cualquier dimensión a un estadista y gobernante.

En este contexto no dejo de percibir como un agravio cómo en estas últimas décadas, muchas de las mismas caras de una manera artificiosa, han venido manteniendo su sitial de poder, de impunidad y de privilegios. Y no hago referencia sólo a la política, aludo a la Justicia, al empresariado y a gran parte del sindicalismo, que como instituciones y organizaciones fundamentales, son el fiel reflejo de la profunda crisis ética y moral que padece la Argentina.

Todos aquellos, que desde las distintas coyunturas y escenarios, no han trepidado como lo hace el camaleón, en camuflarse y adaptarse a una seguidilla de decisiones que sistemáticamente no han privilegiado ni el bien general ni el interés nacional, difícilmente pueden aportar a un cambio que requiere, fundamentalmente, terminar con la inmoralidad, impunidad y corrupción, y con la ineptitud e incapacidad para gobernar adecuadamente.

Y con mucho respeto manifiesto esto, porque lo que se requiere desde un compromiso que no debe estar amañado a interés personal, partidista, sectorial o corporativo alguno, es consensuar una serie de ejes rectores sobre los cuales se sustente un Programa Estratégico de Crecimiento y Desarrollo Social y Económico, que de la misma forma que desde su diversidad contemple la enorme potencialidad económica con la que cuenta nuestro país, contemple un acuerdo que evite encaminarnos una vez más hacia una crisis de gobernabilidad y de desintegración social.

En este contexto estimo que se equivocan, quienes intentando encontrar un aval a la aplicación de una política de ajustes que no mide consecuencias, manifiestan que la gente quiere que se le diga la verdad, y que lo que se está haciendo es cumplir con lo comprometido en campaña.

Porque esa verdad que hoy se vincula con el clamor de ver a todos los responsables pagando sus culpas, se relaciona sustancialmente con hechos que son mucho más lacerantes, entre ellos, la pérdida de la cultura de la educación, de la honestidad, del esfuerzo y del trabajo, que representan como efectos dañinos, el peor de todos nuestros males.

En este escenario, si lo que reclamamos como sociedad es un profundo cambio, lo que no podemos desconocer es que todos estos cambios se vinculan, al menos, con lo siguiente:

a) La urgencia, de otorgarle un halo de dignidad y de esperanza a los más de 5 millones de argentinos que se encuentran sumidos en la miseria y marginalidad, b) La necesidad de que la Justicia, de una bendita vez, hable desde la probidad que hace a jueces probos e intachables, y no libertinos y corruptos, c) La obligación, de juzgar y enjuiciar sin revanchismos, a todos aquellos que desde cualquier trinchera política se disfrazan de salvadores de la patria, para enriquecerse vilmente, d) El imperativo de imponer un velo de racionalidad, a los poderes económicos concentrados que desde la insaciabilidad de una rentabilidad que es enfermiza, hacen patético su desprecio por los que más padecen y menos tienen, e) La obligación de los dirigentes gremiales y sindicales adictos a todos los gobiernos, de contribuir con propuestas, planes y programas que permitan definir y defender políticas de Estado estratégicas y nacionales, f) La urgencia de contar en los más altos niveles de decisión con funcionarios que no defiendan desde su condición de lobbistas y cortesanos, objetivos extraños al país y afines a intereses transnacionales y extranjeros, g) El imperativo de que nuestras fuerzas policiales se constituyan en una real solución a los dramáticos problemas de inseguridad que cruzan al país, y no en actores ocultos, de las células que conforman en todas sus formas el delito, h) La necesidad de que los partidos políticos, en orden a dignificar y enaltecer nuestra vida democrática, no se perpetúen en un antro de protección de sus integrantes.