Martina Chapanay fue una sanjuanina que pasó a la historia por su coraje y solidaridad. Actuó en las guerras civiles argentinas del siglo XIX, demostrando bravura y valor. Y formó parte de una banda de ladrones al estilo Robin Hood, robándole a ricos estancieros para repartir el botín entre los pobres. No hay documentación histórica que certifique todo lo que trascendió de ella. Sólo los relatos que pasaron de generación en generación. Según el libro “La Chapanay”, de Pedro Echagüe, Martina Chapanay nació en 1831 en la laguna del Rosario. Pero una versión muy extendida indica que nació en las lagunas de Huanacache, del lado sanjuanino. Fue hija de Juan Chapanay, un indio del Chaco, y de Teodora, una mujer blanca oriunda de la ciudad de San Juan. Perdió a su mamá a los 13 años, edad en la que ya se destacaba por sus actitudes de jinete y cuchillera, y habilidad en las tareas del campo. Cuando murió su madre, su padre la entregó a Clara Sánchez, de la ciudad de San Juan, que la educó con rigor. Martina no soportó por mucho tiempo esa vida y logró escapar para volver al campo. A partir de ese momento vivió con los huarpes que habitaban por la zona de los médanos de El Colorado, en Caucete, lugar donde conoció al bandido Cruz Cuero, jefe de una banda que asoló la región por años. Martina se convirtió en ladrona y asaltante de caminos. Pero para ayudar a los más humildes con lo que le robaba a los ricos, según cuenta el mito. Al poco tiempo de sus correrías, Martina mató a su compañero Cruz luego de que él asesinara a un joven extranjero del cual la bandida se había enamorado. La Chapanay quedó como jefa de la banda. Y comenzó a tomar parte en la guerra civil entre Unitarios y Federales, uniéndose a los caudillos Facundo Quiroga y Chacho Peñaloza. Así consiguió un indulto por los robos cometidos y un cargo de sargento mayor en la Policía de San Juan. A los 66 años, Martina Chapanay viajó a caballo hasta Mogna, en Jáchal, para cumplir una promesa: entregarle a un cura de ese lugar las caravanas (especie de coronas) con piedras preciosas y el crucifijo de oro que, junto a Cruz, robó a la Virgen de Loreto, en Santiago del Estero. Murió en Monga en 1887, donde aún yacen sus restos. En la actualidad, los gauchos sanjuaninos también cabalgan hasta su tumba para rendirle homenaje.
