No fue una bodega de vinos famosos y su esplendor lo vivió en las décadas del "70 y "80, pero desde 1941, la esquina noreste de Mendoza y Cano, en Trinidad, tuvo una particularidad: se mantuvo igual, como si se resistiera a los profundos cambios que tuvo la zona con el transcurrir de los años. Sin embargo, la bodega que mantuvo su fachada sin ningún tipo de modificación durante ocho décadas finalmente cedió ante la modernidad y fue demolida. Así, esa esquina de paredes altas de adobe y añosos pimientos que evocaba a parte del siglo XX cambiará de cara para darle paso a un emprendimiento inmobiliario.

La bodega la fundó un empresario llamado José Furlani y pese a su silencioso trabajo, la capacidad de las piletas pasó con los años de 200.000 litros a 1.900 hectolitros. Los vinos más famosos que tuvo eran el Tamanaco y el Gran Cosecha, que se vendían en damajuanas de 5 litros. La mayor parte de su producción iba para el Norte argentino, mientras que en San Juan se vendía en unos pocos lugares. "Eran vinos de mesa, con un sabor abocado. Gustaron mucho y se vendieron muy bien, pero la llegada del vino en botellas y con tapa rosca fue un cambio que hizo un quiebre en la historia de la bodega", contó Livio Andreoli, un inmigrante italiano que trabajó más de 50 años en la Furlani.

La bodega además hizo vinos tintos, blancos, rosados y mistela. Y siempre en damajuana. El manejo de la empresa pasó luego a los hijos de Furlani, quienes a principio de esta década la vendieron a otro empresario. La bodega funcionó hasta el 2005, cuando cerró sus puertas definitivamente. En el interior abandonado aún se conservan algunas damajuanas rotas, las etiquetas de los vinos y el olor inconfundible de las uvas procesadas.

"Siempre fuimos pocos empleados, que hacíamos de todo, desde limpiar el piso a envasar miles de litros. En época de cosecha, trabajábamos 6 personas sin parar. Siempre dije que desconocía otra bodega en la que trabajara tanto. Ahí, había que ser guapo de verdad", contó Livio.

El propio Andreoli reconoce que jamás la bodega tuvo un cambio de fachada. "No sé por qué pasó eso. Es más, el único cambio que tuvo el frente lo hice yo, al plantar los dos pimientos que aún están en pie. Fue a fines de los "50 y me acuerdo que la señora de Furlani me preguntaba si iban a dar sombra. Hoy me da pena pasar por ahí y no ver más la bodega", dijo el ex empleado.

Sin embargo, para algunos vecinos, la demolición del edificio generó alivio, ya que no acompañaba estéticamente a las casas de la zona, en los días de calor había olor y era un lugar donde se juntaban vándalos, según contaron.

De entre los restos de la bodega Furlani surgirá un emprendimiento que proyecta salones comerciales y unos dúplex, informaron los vecinos. Pero el rincón de los años "40 que se mantenía en la ciudad ya le dio paso a la nostalgia.