Al frente de un fascinante espectáculo que hizo las delicias del público que llenó el porteño estadio de Vélez Sársfield, Peter Gabriel -que recibió en su camarín a Charly García y prometieron hacer algo juntos- ratificó una vez más su estatura artística. Aún a riesgo de que la perfección lo distanciara de los 35 mil espectadores, el británico urdió un show de casi 150 minutos que se extendió hasta primera hora de ayer, donde descolló como vocalista y mostró que no sólo no perdió un ápice de potencia sino que ganó en ductilidad y matices.
Cada vez que abrió la boca, su mensaje audaz y bello sobrevoló con intensidad una base musical inspirada y un despliegue de luces e imágenes capaces de reconciliar a las buenas almas con los dones de la tecnología.
La modernidad se encargó de dotar a un telón que ocupaba casi todo el fondo del escenario y mostraba capas o uniformidades sobre las que jugaban imágenes sobrecogedoras, a la vez que el concepto plasmado en las tres pantallas de video logró retratar el concierto y sus protagonistas con calidad fílmica.
A la hora de la música, el grupo fue una sutil aplanadora, un vendaval del detalle gracias a los aportes de un sonido perfecto y diferente para cada canción y al talento del aclamado bajista Anthony Levin, del baterista David Lynch, de los guitarristas Richard Evans y David Rhodes, de la tecladista Angela Pollack y de la voz de Melanie Gabriel.
Su labor fundante en Génesis y una trayectoria solista con siete placas e innumerables proyectos audiovisuales se percibieron como herencia vital a lo largo de un concierto que lo devolvió a la Argentina tras 16 años y en donde el rock pudo percibirse como aquella cosa inspiradora y rompedora de casillas, un estatus en extinción.(Télam)
