De a poco, sin planearlo y sin siquiera darse cuenta, se convirtieron en los protagonistas del paseo de compras más concurrido de los domingos en la zona del centro. Comenzaron trabajando en puestos aislados, llegaron a ser 300, estuvieron durante al menos 15 años en el Parque de Mayo y 6 meses en la plaza España. Pero siempre fueron ilegales. Son los vendedores ambulantes que hoy, por primera vez, tendrán un espacio público para trabajar dentro del marco legal y con el visto bueno de las autoridades.
Corría 1995 y ya las mesas de los ambulantes, llenas de mercaderías de todo tipo, formaban parte del paisaje dominguero del Parque de Mayo. Los llamaban artesanos, aunque la oferta abarcaba mucho más que artesanías, y estaban ubicados en Libertador y Las Heras, entre la estatua de Federico Cantoni y una pista de autos eléctricos.
En ese espacio permanecieron hasta que, en 1999, la Feria de las Pulgas, que hasta ese momento estaba ubicada en el Centro Cívico, se mudó a la plazoleta ubicada entre el ex casino y la Facultad de Ingeniería (donde está actualmente). Buscando captar el público que llegaba a ese paseo, los vendedores también cambiaron de ubicación y ocuparon la vereda del Parque sobre Avenida Libertador, justo frente a la Feria.
Pasaron los años y la cantidad de vendedores aumentó, hasta que los mesones invadieron el Parque, cubrieron sus veredas y su la calle interna. La comercialización estaba organizada, cada ambulante tenía su espacio para vender y respetaba el lugar de los otros. Hasta se encargaban de cuidar y vender en el stand del vecino si este tenía que irse por un rato.
Hace unos 4 años, cuando los ambulantes llegaron a ser 300 (más del doble de los que hay actualmente), la variedad de productos que se podía conseguir en la mega feria era ilimitada y la venta estaba ordenada por rubros. Los que vendían comida tenían un sector que se extendía desde la rotonda de la Libertador hacia el Oeste algunos metros. La oferta gastronómica era tan grande que hasta hacían las pizzas y exprimían las naranjas en el lugar. Había de todo: artesanías, bijouterie, juguetes, ropa. No faltaban las películas grabadas, que hacían que el espacio tuviera más variedad que un videoclub, aunque su comercialización es ilegal y está penada. Justamente eso es lo que despertó el conflicto que se extendió en el tiempo (ver aparte).
Desde ese momento, y hasta la actualidad, los vendedores llegan de distintos departamentos para vender los domingos. Según cuentan ellos mismos, algunos son de Chimbas, otros de Rawson, otros de Rivadavia y hasta hay algunos de Caucete. Aseguran también que, a casi toda la mercadería que venden, la compran en distribuidoras mayoristas locales. Argumentan que con lo que ganan, que varía entre 50 y 150 pesos por domingo, no pueden pagar el pasaje hacia otras provincias para traer mercadería. En el grupo también hay quienes hacen trabajos en madera, vidrio y tejen. Pero dicen que, cuando la Municipalidad de la Capital hizo el censo para darles un espacio a los artesanos, no los consideró dentro de esa categoría.
La historia de los vendedores también tiene un capítulo negro: en 2009 un perro se electrocutó mientras tomaba agua al lado de una farola del espacio verde. Y, según dijeron las autoridades de la Municipalidad, el cortocircuito se produjo porque los ambulantes se colgaban de la luz y perjudicaban las instalaciones. El hecho generó inconvenientes y fue el puntapié que generó la mudanza de los ambulantes del Parque a la plaza España.
El cambio de sede tuvo sus consecuencias, la cantidad de ambulantes disminuyó, hoy son 120. Además, cada uno tomó el lugar que quería y desapareció la división por rubros, por lo que la venta se transformó en una ensalada de productos. Pero la gente no dejó de recorrer los stands. Y los vendedores afirman que las personas van donde ellos están y que siempre los apoyan. Además, cuentan que entre sus clientes llegan muchos turistas; y dicen que, durante los fines de semana largos, las ventas aumentan gracias a su presencia.
En la plaza España trabajaron durante 6 meses. Pero los inspectores de la Municipalidad volvieron a desalojarlos. Les permitieron volver al Parque, el espacio en el que nacieron, pero sólo por un día. Fue como una especie de despedida y no sólo del lugar, sino también de los cruces, los enfrentamientos y la ilegalidad. Hoy, por primera vez, podrán vender en un espacio permitido. Y dentro de las próximas semanas tendrán que inscribirse como comerciantes, pagarán impuestos y, por fin, trabajarán dentro del marco de la ley.
