Escribir sobre el Caso Nisman no es una tarea sencilla, para nada. Está claro que esto estremece a toda la democracia, como también lo fue en su momento los golpistas Carapintadas. Uno está obligado a ser políticamente correcto y a la vez afirmar cosas que ya no hayan sido reproducidas por los medios, transformando este caso en una verdadera orgía mediática, donde pareciera que los periodistas saben más de investigación que el conjunto de las fuerzas de seguridad y que los jueces inclusive.
Se han dicho muchas cosas, sólo por enumerar algunas: que los servicios de inteligencia del país no están al servicio de la democracia (no desde ahora sino desde 1983). Que ha sido un suicidio. Que ha sido un asesinato. Donde el primer sospechoso es el propio Gobierno. Que le han tirado un muerto a la Presidenta. Que podría ser un crimen pasional entre una pareja de homosexuales. Que extrañamente la denuncia de Nisman coincide con los hechos terroristas de París. Que en la Argentina operan grupos de poder muy vigorosos que ansían que la Presidenta se vaya en helicóptero del gobierno, con la mayor cantidad de desbordes callejeros e institucionales que fuera posible. Que perjudica las chances electorales del oficialismo. Que se beneficia la oposición. Que perjudica la imagen externa del país. Todo esto puede ser verdadero o falso, nadie está en condiciones de aseverar una cosa o la otra, al menos en esta etapa de la investigación. Hay afirmaciones incompatibles entre sí y otras que comparten los mismos criterios. Nuestro país desde Bernardino Rivadavia hasta la fecha no ha sido muy eficaz y explícito con nuestra propia historia, lo sabemos. Todavía ni siquiera está claro el empréstito con la Baring Brothers de 1824, ni el derrocamiento de Illia, ni el golpe económico a Alfonsín de 1989, ni Cromañon, ni miles de casos semejantes ya sean donde se involucra al Estado o a ciudadanos particulares. La causa es siempre la misma: ineficiencia de la Justicia o alta incidencia del poder político para lograr que nada se dilucide. Es extrañamente sospechoso que nuestro Poder Judicial, casi siempre acusado de adicto al poder de turno y de nula independencia, ahora se haya transformado en la herramienta que aclarará los dos problemas: la muerte del Fiscal por un lado y las acusaciones referidas al ‘sofisticado‘ pacto con Irán por el otro.
A esta altura diga lo que diga la Justicia no será creíble. Imaginemos por un instante que diga que las escuchas no son prueba suficiente para condenar a alguien. ¡Qué dirá la ciudadanía! O que diga que la muerte de Nisman fue un crimen pasional. En mi opinión el gran dilema de este caso no lo tiene el poder político, sea el Gobierno o la oposición. Lo tiene la Justicia que está condenada sea cual sea su fallo al descreimiento y desprestigio. Pasaran décadas de debates y es muy probable que nos vayamos a la tumba sin saber qué sucedió realmente en la Argentina de 2015, de la misma forma que todavía no está claro quién mato a Kennedy en 1963 o de Luther King, en las tierras donde están los maestros de la investigación criminal. Llegarán las elecciones de octubre y gane quien gane, es muy probable que todo termine como decía Borges: con el tiempo el olvido.
