Una pregunta crucial que debemos hacernos es: ¿para qué Dios me ha creado? ¿para qué estoy en esta tierra? ¿cuál es el principal objetivo que debo procurar en esta vida? Más allá de mi edad, de si soy joven o adulto, varón o mujer, si soy empleado, obrero, profesional o ama de casa. El Catecismo nos enseña que a cada uno de nosotros: "Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, amarle y servirle, y así ir al Cielo" (1721) En efecto, nuestro último fin es ir al Cielo, alcanzar la gloria eterna de Dios, participar del gozo y la bienaventuranza de la Sma. Trinidad junto a los ángeles y a todos los santos, por toda la eternidad. Dios nos ha destinado a la felicidad eterna junto a Él. La salvación eterna es, pues, el asunto más importante que hay que resolver en este mundo. Dice el filósofo Balmes: "La vida es breve; la muerte, cierta; de aquí a pocos años, el hombre que disfrute de la salud más robusta y lozana, habrá descendido al sepulcro, y sabrá por experiencia lo que hay de verdad en lo que dice la religión sobre los destinos de la otra vida. Si no creo, mi incredulidad [..] no destruye la realidad de los hechos: si existe otro mundo donde se reserven premios al bueno y castigos al malo, no dejará ciertamente de existir porque a mí me plazca el negarlo.[..] Cuando suene la última hora será preciso morir y encontrarme con la eternidad". (El Criterio, 21) Así es, querido amigo, tú y yo vamos a morir, y no sabemos cuando. Una enfermedad repentina, un accidente de tránsito, un infarto de miocardio, quién sabe. Lo cierto es que esta vida pasa rápidamente, y nos aguarda la muerte. Y por más que yo no crea en el más allá, éste existe, y no deja de existir porque yo no crea que hay vida después de la muerte. "Nadie queda para semilla", dice un dicho popular. Y un verso español dice: "La ciencia más acabada, es que el hombre bien acabe; y al final de la jornada, el que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada". San Ignacio de Loyola, comienza sus ejercicios espirituales con la siguiente meditación: "El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor y mediante esto salvar su alma" (Principio y Fundamento) Esta es la finalidad principal y trascendente de la vida del hombre sobre la tierra. Nos urge el tiempo, que se nos pasa inútilmente sin méritos para la otra vida. Todo esto mueve a Lope de Vega a escribir estos versos: "Yo, ¿para qué nací? Para salvarme. Que tengo que morir es infalible. Dejar de ver a Dios y condenarme, triste cosa será, pero posible. ¡Posible! ¿Y río, y duermo, y quiero holgarme? ¡Posible! ¿Y tengo amor a lo visible? ¿Qué hago? ¿En qué me ocupo? ¿En qué me encanto? ¡Loco debo de ser, pues no soy santo!" En nuestra época, son muchos los que viven enteramente olvidados de estas cosas, alejados de todo cuanto signifique práctica religiosa y sin pensar ni reflexionar sobre la salvación de su alma. Viven como si no se fueran a morir nunca, o ésta estuviera muy lejana, sin darse cuenta que en cualquier momento Dios los llama a su presencia, y deberán dar cuenta de que han hecho con la vida prestada. "¡Cosa asombrosa!, dice San Alfonso María de Liborio, no hay diligencia que no se haga ni tiempo que no se utilice para obtener ventajas materiales por mucho esfuerzo que conlleven. Y sin embargo, para lograr el negocio más importante de nuestra vida, el de la salvación eterna, no se hace nada; antes por el contrario, se hace todo para ponerla en peligro". (Preparación para la muerte,12) Es increíble la locura de los hombres al descuidar de manera tan peligrosa la salvación eterna de su alma, sumergidos por completo en las cosas de la tierra, afanados en amontonar riquezas o en gozar de toda clase de placeres, semejantes al hombre necio de la parábola evangélica: "Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a hacer ésto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea". Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿Para quién será?". Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios (Mt. 12, 16-21) Son palabras de Jesucristo, que nos dice: "¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si al cabo pierde su alma?" (Mt. 16, 26) Así es, querido amigo, si te salvas, serás feliz eternamente; si te condenas, serás eternamente desgraciado. En tus manos está lo uno y lo otro.
