La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, una economista de carácter fuerte y con fama de autoritaria, encara desde ayer el desafío de gobernar un país de 190 millones de habitantes y de lidiar con la sombra del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, el hombre que la aupó a la jefatura del Estado. Hija de inmigrante búlgaro, nacida el 14 de diciembre de 1947 en Belo Horizonte, Rousseff era una desconocida en la política nacional hasta finales de 2002, cuando Lula la nombró ministra de Minas y Energía, en su primer mandato. Comenzaba así una meteórica carrera en el Gobierno que en sólo ocho años la llevó también al Ministerio de la Presidencia, la cartera más influyente del Gabinete de Lula, y luego a su debut electoral nada menos que como candidata presidencial. Formó parte de varios grupos armados que operaban en la clandestinidad contra la dictadura militar (1964-1985) que llevaron a sus detractores a tildarla de “guerrillera”. Fue encarcelada por cargos de subversión por tres años y sufrió de torturas. Varios de sus ex compañeros de celda estuvieron presentes en su juramento ayer. Después del retorno de la democracia a Brasil, Rousseff tuvo una serie de empleos gubernamentales de nivel medio y adquirió una reputación como hábil tecnócrata, que no teme en llamar la atención de subalternos por un trabajo mal hecho o incompetencia, pero que a menudo parece carecer de empatía cuando trata con los votantes. Más recientemente, superó un linfoma en el 2009 y usó una peluca por un corto período cuando se sometía a quimioterapia.