Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará.” Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?” Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos” Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado” (Mc 9,30-37).
El evangelio de hoy nos ofrece tres características que definen a Jesús: el que sirve, el último, y el pequeño que no sueña con grandezas. En él, el Omnipotente se ha hecho niño, asumiendo el rostro humano de la vulnerabilidad. Los santos son la mejor predicación en la Iglesia. Por eso es que, al leer la Buena Nueva de este domingo, nos viene en mente el rostro y la belleza de una niña que cautivó el corazón de Jesús. Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897), fue una joven admirable que siempre me ha cautivado en lo que pudiera ser paradójico: la transparente simplicidad acompañada de una profundidad extraordinaria, que sólo puede manifestarse de modo luminoso en los santos. Una muchacha que, como declarará Sor María del Sagrado Corazón llevaba "cielo en los ojos”. El 19 de octubre de 1997, era proclamada Doctora de la Iglesia, y ese mismo día, pero de 2008, fueron beatificados sus padres. Aunque no tiene propiamente un cuerpo doctrinal, sus escritos irradian particulares fulgores de doctrina que, como por un camino del Espíritu Santo, captan el centro mismo del mensaje de la Revelación en una visión original e inédita, presentando una enseñanza cualitativamente eminente. Teresita del Niño Jesús no sólo es por su edad, la Doctora más joven de la Iglesia, sino también la más cercana a nosotros en el tiempo; así se subraya la continuidad con la que el Espíritu Santo envía a la Iglesia sus mensajeros como maestros y testigos de la fe.
Entre todas las virtudes que sobresalen en ella, quisiéramos resaltar hoy, la confianza, que es la actitud propia de los niños. Ella seguía al pie de la letra la máxima de su maestro espiritual, san Juan de la Cruz: "Se obtiene de Dios cuanto se espera”. Tener confianza en Dios supone, ante todo, creer en él. El conocido escritor y poeta francés Charles Péguy lo ha expresado de modo admirable: "La fe que Dios prefiere es la esperanza”. Es que, más se penetra a través de la fe en el amor de Dios, más siente el creyente la imperiosa necesidad de abandonarse ciegamente a él. Esto significa que la fe no sólo precede sino que invita y conduce a la confianza, sobre todo si es iluminada por la caridad. En su Manuscrito "B”, redactado durante el retiro espiritual de 1896, a petición de su hermana María del Sagrado Corazón, y en cuyas páginas se manifiesta la plena madurez de la santa, Teresita reconoce en la Eucaristía, misterio de nuestra fe, una "locura” de amor divino hacia nosotros, al punto tal que la lleva a interrogarse: "’¿Cómo entonces podría tener límites mi confianza?”. Si la fe lleva a la confianza, ésta aumenta la fe. Afirmaba el filósofo francés Gabriel Marcel que "La esperanza es una vida radiante, nunca una vida replegada sobre sí misma”, por eso quien espera se dona. Y el ejemplo maravilloso de la entrega de Teresita se palpa en todos sus escritos. Ella desea realizar en su vida, el programa que asumió el mismo día de su profesión religiosa: "El amor que no sea más yo, sino tú”, que está íntimamente relacionado con la sentencia de su maestro de vida interior, san Juan de la Cruz: "’Desde que me he reducido a la nada, encuentro que nada me falta”.
La esperanza de Teresita es casta, tendida únicamente hacia el perfecto amor de amistad con Dios. Ella espera, no para hacer a Dios "mío”, sino para hacerse toda "suya”, porque la verdadera posesión, para la santa está en la alienación de sí: "Yo espero en Ti, de Ti y por Ti”. Esta esperanza teresiana es confesar la propia nada esperando todo de un Dios que es plena bondad. Esperar significa decir: "Tú eres bueno, tú eres potente, eres grande pero tu grandeza no te aleja de tus criaturas. Tú eres el perfecto fiel, ya que todo el que acude a ti, nunca va a ti en vano”.
