La primera, en el verano 66-67, junto a Los de Fuego, cuando cantaron en la Cancha de San Martín como teloneros de Palito Ortega, en ese entonces "El Rey", la figura del momento (y el contrapunto tácito). Pero Sandro hizo lo que sabía y se se ganó su propio espacio en San Juan. Y, consecuentemente, un pasaporte que le permitió regresos con gloria. Fueron dos: en 1972 (luego de llenar el Madison Square Garden de Nueva York) y en septiembre de 1985 (de la mano del sello Elior y Radio Colón), ambos en el Estadio Cerrado que -abarrotado de fans- fue testigo de un artista ya consagrado haciendo delirar a sus nenas sanjuaninas, aunque también había muchos señores.
"Las mujeres aplaudían subidas arriba de las sillas", recordaba Malva Guerra, junto a su hermana Gloria, dos de las admiradoras que el astro cosechó en San Juan y que fueron a verlo. "Era impresionante ver la cantidad de gente que se había reunido. No se podía pasar por la calle", acotaba.
Muy pocos son los registros gráficos de ese paso, pero sí hay memorias de la gente que fue a verlo, e incluso de quienes pudieron estar con él, en el entonces Hotel Nogaró, donde se alojaba. Y todos coinciden en que era un hombre sencillo y muy agradable.
"Era un tipo excepcional, simpático. Yo era amigo de su representante, entonces me invitó luego del show a cenar con ellos", cuenta Palito González rememorando aquella noche de 1972. "Cenamos en el Nogaró y él pidió milanesas con huevos y papas fritos, porque era la comida que le gustaba a su abuelo, acompañados con vino semillón. Eso sí, era un bocado de milanesa y una pitada de cigarrillo", agrega González, que atesora esa foto que pudo tomarse con El hombre de la Rosa.
Rodolfo Barrios y Hugo Elizondo, dos fotógrafos de DIARIO DE CUYO que cubrieron las llegadas del 72 y del 85, coinciden en la personalidad afable y magnética del ídolo, que posaba para las fotos y no mezquinaba sonrisas y calidez.
"Yo esperaba encontrarme con un hombre muy psicodélico, pero me encontré con un caballero. Era muy delgado, estaba vestido con una camisa color té, pantalones negros muy ajustados y una campera amarilla. Y todo el tiempo arreglaba el jopo que le caía sobre los ojos. Tenía un temperamento que se le adivinaba en los ojos", comenta Juanita Marún, periodista de este medio que fue la única que pudo entrevistarlo, también en el Nogaró, en el 85. "Estuvimos toda una tarde charlando, fue muy generoso. Eso sí, no quería hablar de su vida privada. Sí hablamos de sus éxitos, de sus discos, de su gira. Y recuerdo que tuvo un enorme gesto de caballerosidad. Cuando iba a encender el cigarrillo le dije que era asmática, y entonces lo mantuvo entre sus dedos, pero no lo prendió", detalla Marún, y suma: "Sandro era un hombre de contrastes: viril y amable, eléctrico pero pausado".
