Faltan pocos días para que el príncipe de Orange-Nassau, Claus von Amsberg, Guillermo de Holanda, suba al trono de la mano de su mujer, la argentina Máxima Zorriegueta. Tan justo y oportuno es el trabajo de muchos años de Luis Eduardo Meglioli, una gran experiencia para entender no solo las monarquías europeas sino también aquel mundillo de reyes modernos que nosotros vemos de lejos. Un camino recorrido cargado de un bagaje de experiencias como redactor en los medios españoles Europa Press, área Reportajes, TVE 1 y Antena 3 TV, y, concretamente como acreditado en la Casa Real española durante varios años. El nuevo libro del periodista sanjuanino aborda con amplitud a lo largo de ocho capítulos nutridos, aportes testimoniales de la realeza, detalles específicos, fortunas, situaciones familiares son algunos de los tópicos del contenido que presentará el autor en mayo en San Juan.
Con frecuencia escuchamos hablar del anacronismo de muchas de las pomposas ceremonias y protocolos de las monarquías europeas, con símbolos de un poder varias veces cuestionado. Sin embargo, en el Viejo Continente se valora en democracia la forma de gobierno "monarquía parlamentaria", como símbolo de estabilidad, continuidad y unidad nacional. Admiten además que reyes y reinas, príncipes y princesas aportan un atractivo turístico que se traduce en divisas, desde la ilusión y el romanticismo, en medio de un mundo siempre convulsionado. Más aún, las encuestas de opinión europeas -realizadas en los nueve países con monarquías parlamentarias (Reino Unido, Dinamarca, Bélgica, Holanda, España, Noruega, Suecia, Luxemburgo y Liechtenstein)- resultan positivas.
A tal punto que alguien llegó a asegurar que si las monarquías fueran eliminadas, un buen número de pueblos elegiría presidentes a los monarcas destituidos.
"Cuando se me designó para abordar estos temas, sentí que se me hacía una gran distinción profesional porque se trata de cuestiones muy sensibles, teniendo en cuenta que el rey es el jefe del Estado y tras él está toda la información generada también por la familia real, el príncipe heredero, etc.’, dice el autor. Y agrega: "No sólo debía ocuparme de la monarquía española, sino también de las restantes monarquías parlamentarias europeas. Las demás existentes en el mundo, son despóticas, absolutas. En el campo informativo, poco a poco se ha conseguido que no haya protección de ningún tipo y ya todo sale a la luz, como corresponde’.
Reconoce Meglioli que para un ciudadano nacido en una república resulta "arduo’ entender por qué sobreviven aún las monarquías. Más aún cuando persisten en países muy antiguos, los más representativos y cultos del Viejo Continente. Y cuando nadie les preguntó nunca a esos pueblos si querían o no vivir bajo una monarquía. Pero -asegura- salvo esporádicas protestas, debates sobre "monarquía, si, monarquía, no’, y cuestionamientos por el comportamiento de algunos miembros de las casas reales, no ha existido un planteo serio para derribarlas y convocar la república.
La obra comienza definiendo técnicamente las monarquías parlamentarias, el alcance de su autoridad respecto del Parlamento de cada país, y subraya el antiguo concepto de que el rey o reina, no gobierna.
Cita al político, investigador de la historia, y exembajador de España en la Argentina de Juan Perón en los años 50′, a José María de Areilza, cuando sostuvo que "después de los vendavales de las Primera y Segunda guerras mundiales, los reyes son jefes de Estado de sistemas democráticos y parlamentarios basados en el pluralismo y en el sufragio secreto y libre. Las monarquías han aceptado e instaurado ese tronco común del derecho público como una necesaria estructura del poder político moderno. Pero esta antigua institución, que arranca en el Viejo Continente de los tiempos medievales, lleva consigo una indudable carga de carisma mágico y de popularidad espontánea que contribuye a consolidar la fuerza del sistema y que obliga a su vez, en las monarquías de la Europa contemporánea, a una ejemplaridad constante en el servicio al país y en una disponibilidad permanente’.
Uno de los detalles que llama la atención es que hoy se habla de ciudadanos y ya no de "súbditos’ en los países con monarquía parlamentaria, aunque siguen considerándose así en las restantes monarquías totalitarias del mundo. Por otra parte, los casos de corrupción o de problemas matrimoniales de las parejas reales suelen hacer disminuir las cifras estadísticas de popularidad. Pero de pronto, aparece una solución, como sacada de la galera, que vuelve a su sitio la consideración de las cabezas coronadas. Por ejemplo, los escándalos sentimentales del príncipe Carlos, heredero del Reino Unido, que incluyen desavenencias en el primer matrimonio, separación, y una vieja y paralela relación que termina en boda (Camila Parker Bowles). "Frente a este bajón real -dice Meglioli- de pronto aparece el hijo mayor del mismo heredero, en este caso el príncipe Guillermo, con una novia muy simpática y culta con quien ha convivido varios años, lleno de modernidad, y luego se casan y tienen un hijo. Por todo ello, la pareja cae muy bien y no ha provocado ningún revuelo sensacionalista. La monarquía vuelve a subir’.
Luego está el fuerte caso de presunta corrupción financiera que protagoniza el yerno del rey Juan Carlos de España, Iñaki Urdangarín, esposo de la infanta Cristina, duques de Palma de Mallorca, que todavía no se resuelve y que ha impactado en los cimientos de la monarquía. A lo que se suman supuestas infidelidades de los reyes, como, se dice, son los casos de los reyes de España y Suecia, y de los consortes de Inglaterra y Dinamarca. En síntesis, junto a alguna que otra crítica o mala noticia, es frecuente encontrar datos sobre el creciente índice de popularidad de reyes reinantes en Europa (escasamente sobre las monarquías despóticas en otras partes del mundo), y, hasta principios de este siglo XXI, fueron evidentes las fuertes corrientes favorables al retorno de aquellos monarcas en el exilio que debieron abandonar sus países cincuenta años atrás con las guerras mundiales. Se trataba de naciones del Este europeo que dependían de la ex URSS, y que se analizan en el capítulo "Reyes en el exilio".
"Las increíbles historias de plebeyas que terminaron convirtiéndose en reinas", es el capítulo que trata de los casos que cada día se repiten más, de chicas que, sin pertenecer a la nobleza y menos a la realeza, se casan con príncipes herederos y terminan siendo reinas de un país europeo, con lo que ello significa. "Todo ha cambiado, -dice Meglioli- porque hasta finales del siglo XIX, las bodas entre príncipes y princesas herederos generalmente se "organizaban" para ampliar imperios o sellar alianzas, la mayoría de las veces lejos de los sentimientos. Hoy, con la idea de mayor igualdad en los matrimonios reales, se discute menos (pero no deja de discutirse) la presencia de hombres o mujeres sin "sangre azul’ como parejas de princesas o príncipes reinantes. El tema está relacionado con la movilidad social actual, lo que hace que los límites entre clases sean más difusos, y que mucha gente que antes no podía acceder a determinados recursos o formación, hoy pueda hacerlo". Los casos más sonados que aborda detalladamente el libro son los de Grace Kelly, de Mónaco, Diana de Gales, en Inglaterra, las actuales reinas consortes de Suecia (Silvia, exsecretaria de congresos internacionales), Sonia de Noruega (hija de un gran tendero de Oslo), María Teresa, gran duquesa de Luxemburgo (de origen cubano), la princesa Mary Donadlson (exagente de bienes raíces australiana con una vasta preparación en Estados Unidos y Europa en el rubro empresas) casada con el príncipe heredero Federico de Dinamarca, y el caso más "explosivo", el del príncipe heredero Haakon Magnus de Noruega, que se casó con una madre soltera, Mette-Marit Tjessem, cuya anterior pareja era un hombre muy comprometido con el tráfico de drogas.
Aunque en cada monarquía varía en más o en menos, las funciones (que no es sinónimo de poderes) de un rey en una monarquía parlamentaria, son de tres tipos: a) Simbólicas y representativas, b) Arbitrales, y c) Moderadoras-mediadoras.
Máxima de Holanda
Por supuesto, y ante la asunción este 30 de abril en Ámsterdam, de Guillermo Alejandro como nuevo rey de Holanda, el primer rey varón en cien años, y junto a él, su esposa, la argentina Máxima Zorreguieta, como reina consorte, es el libro oportuno porque desarrolla en algún capítulo sobre Holanda y la familia real de los Países Bajos. Su rápida inserción en el pueblo y la enorme simpatía y credibilidad que despierta por todo el país. Además, las largas sesiones parlamentarias para decidir que los padres de Máxima no estarían, primero en su boda y ahora en la asunción de su esposo.
Comenta también en su libro que de todas las monarquías europeas, la del Reino Unido es la que parece correr menos riesgos, y no porque no haya habido críticas a la familia real inglesa. Relata que hace ya una década, la prestigiosa revista británica The Economist -referencia obligada para los grupos dominantes en el Reino Unido- tomó partido desde su portada en la que dominaba un título sin precedentes: "Monarquía: una idea cuyo tiempo ha pasado". En su editorial, la revista se declaraba partidaria de la república y afirmaba que la corona representaba la antítesis de la mayor parte de los valores que defendía la sociedad británica: democracia, libertad y recompensa para los logros más que para las herencias. La gota que provocó la reacción de The Economist había sido la revelación sobre las relaciones del príncipe Carlos con su ahora esposa, Camilla Parker Bowles, duquesa de Cornualles, en 1994; es decir, en vida de la princesa de Gales, Diana Spencer. El ex diputado laborista Willy Hamilton llegó a calificar como "parásitos y gorrones (personas que nunca pagan) antisociales" a los miembros del Palacio de Buckingham. Pero se ha dicho también que los ingleses llevan la monarquía en la sangre y por ello saben sobreponerse rápidamente frente a los sucesivos escándalos que protagonizan los miembros de la familia real, porque la milenaria institución monárquica está asociada a la patria misma y debe ponerse a salvo por encima de todo.
Otro tema que se analiza ampliamente es la enorme fortuna de las casas reales, sobre todo del Reino Unido, Holanda y Dinamarca. Las más austeras son España y Suecia, en ese orden. Las más caras cuestan una media de 60 millones de dólares anuales al Estado. Pero en el caso de Holanda, donde el esposo de Máxima será rey, a la Casa Real prácticamente se la considera una empresa, ya que tiene acciones mayoritarias en empresas petroleras como Shell y Esso, entre otras multinacionales. En España la monarquía comenzó sin un peso (sin un duro dirían ellos, a tal punto que el primer traje del entonces príncipe Juan Carlos, a los 11 años, se lo compró el dictador Francisco Franco), y hoy posee una fortuna importante, aunque todas las posesiones inmobiliarias de las que disfrutan pertenecen al Estado. Suecia, que recuperó la continuidad monárquica bajo el exitoso gobierno socialista de Olof Palme, es la monarquía que menos dinero maneja y a la que se le redujeron sus propiedades a la mínima expresión. En el último capítulo "Así los vi’, el autor memora encuentros o entrevistas con personajes de la realeza y la nobleza, como los reyes y el príncipe Felipe de España, las infantas Pilar de Borbón (hermana mayor del rey), el conde de París, el archiduque de Habsburgo, condes, duques, grandes de España y constitucionalistas, autores de obras sobre la democracia, la Constitución y la monarquía, así como con líderes del Partido Comunista español y de otros partidos de izquierda.
