Ha sido homenajeada Violeta Pérez Lobos. San Juan le debía (y creo que le sigue debiendo) reconocimientos explícitos, esas caricias que el artista no reclama pero necesita como ademanes de ida y vuelta, y la vuelta es nada menos que el afecto contenido en el gesto de los demás por el cual se nos hace saber que somos útiles.

Conocí a Violeta en aquel memorable programa televisivo "San Juan en Alta Visión", dirigido por los esposos José L. Rocha y Lola de Rocha. Quienes lo recuerdan saben bien de qué modo se hicieron allí las cosas, cómo se respetó y cuidó al artista; qué significaba actuar allí, y el reconocimiento que esa obra tuvo en la comunidad.

Casi en todos los finales del programa aparecía como de entre nubes un dúo de bailarines, Juan Carlos Abraham y Violeta Pérez Lobos; ella, una figurita estilizada y casi frágil, tallo y llama, guiño del viento y poema, ternura envolvente y pasión. En el pretexto de un escenario, ella construyó historias y pintó tardes alucinadas. Con todo su torrente pasional y ese gesto de pájaro sublime, se trepaba a los sentimientos y las cosas y pronunciaba con todas sus moléculas y su espíritu eso que sólo los grandes pueden decir. El poema y la danza son territorios del misterio, tejidos del alma gritados a pedazos de uno; improvisaciones de luz y vida que sólo pueden convivir en ese ensueño que es el arte genuino.

En nuestro programa televisivo ("La Noche de los Hermanos de la Torre") la tuvimos un día a Violeta. No necesitó decorados ni referencias del paisaje. Traía adentro toda la vida y las cosas. Con el simple rayito amable de un reflector se envolvió en alucinaciones y movimientos, y proclamó la danza con esa dignidad que sólo los auténticos y los nobles pueden expresar. Pocas veces se vio tanta lumbre en el reducto de una noche televisiva. Tomó Violeta el viento entre sus brazos azules, y el viento se echó a llorar quimeras a sus pies. Un halcón de lluvia hizo un círculo en derredor de su cintura, y se puso a sus órdenes. Todo quedó en silencio, porque todo había sido dicho. Se fue Violeta con su sonrisa casi niña y su chapa de ser humano excepcional, y el escenario hizo como que se caía. Fue muy difícil explicar que allí una ausencia había dejado el proscenio marchito de figuras esenciales y vuelos vírgenes. El mateo de la noche condujo las sombras cabizbajas por la calle Mitre. Seguramente siguiendo a Violeta para averiguarle los sueños.