-¿Cómo fue su primer contacto con los patines?
-A los 13 años, allá por el año 1945. Entrenaba en el Club Huarpe y me convertí en jugador. También hacía patín carrera y daba clases. A partir de allí no paré nunca.
-De hecho sigue practicando…
-Es un don, lo llevo con fe y amor. Nunca tuve problemas de salud y espero seguir por muchos años más. Todo lo que soy se lo debo a Ramón Córdoba.
-¿Siente que algo le quedó pendiente?
-Nunca pretendí ser el mejor del mundo, ni busqué trofeos. Pero lo que logré lo hice con trabajo, amor y seguir el camino que me marcó mi profesor. Yo me siento como un alumno que debe seguir aprendiendo. Me siento muy satisfecho y el mayor triunfo que tengo es haber grabado en lo más profundo de mi corazón, mis anécdotas vividas.
