Locura. Delirio. Éxtasis. Como sea. Como se le quiera llamar. Lo cierto es que ayer el pueblo verdinegro gozó y gozó al máximo. No sólo porque el equipo dirigido ahora por el Colorado Sava se reencontró con la victoria después de mucho tiempo sino porque le ganó a Godoy Cruz de Mendoza el clásico cuyano. Y eso no es poco. Casi como que es lo que todos soñaron. Es cierto que el objetivo del equipo de Concepción es mantener la categoría pero también es cierto que su gente tiene agendado en su calendario este partido. Porque es especial. Porque es dueño de un cúmulo de sensaciones.
Aquellos petardos lanzados en el mismo inicio del partido por esos pobres tipos que todavía pueden ir a la cancha como esos incidentes que se produjeron cuando se retiró la hinchada visitante en las afueras del estadio nada tuvieron que ver con la felicidad plena con la que festejaron los simpatizantes verdinegros en la tribuna de las "ocho mil almas".
El "que nacieron hijos nuestros… hijos nuestros morirán" retumbó hasta la afonía. Con razón. Porque adentro de la cancha, San Martín, todo, le metió alma y corazón a cada pelota. Y afuera, en las tribunas, sus hinchas entendieron aquel esfuerzo y le metieron pilas con el aliento.
Por todo eso llegó la victoria. Que, en épocas modernas y refiriéndose a los choques entre B Nacional y Primera División del fútbol argentino, le dan al Verdinegro una ventaja de 13-7 sobre el Tombino. De ahí que los hinchas sanjuaninos tomen como plataforma esta paternidad.
Entonces nadie les puede negar que festejen. Porque el equipo de Concepción podrá ganar o perder ante cualquier rival pero frente a Godoy Cruz todo es distinto. Es un clásico que se fue armando en la época moderna y, hoy por hoy, es la síntesis de la rivalidad -bien entendida y también aceptada- entre sanjuaninos y mendocinos.
Al campeonato todavía le queda bastante. Pero la alegría al pueblo verdinegro no se la quita nadie…

