-¿Cómo te encuentra esta realidad de Desamparados?
-Bien, muy tranquilo. Si bien uno había soñado con otro arranque estamos haciendo las cosas bien. Estoy muy ilusionado y muy contento de poder afrontar este torneo.
-¿El cambio de categoría tiene que ver?
-Sin dudas, nos tenemos que adaptar y saber que acá los errores se pagan con gol, quizás eso en el Federal B no era tan así. Ante Unión pagamos tres errores, ante Gimnasia lo corregimos, pienso que por ese camino van a ser más los partidos que vamos a ganar.
-¿Qué balance hacés de tu año?
-Ha sido muy bueno. Justo con el ascenso con Sportivo vino de la mano que mi señora Mariángeles me regale un embarazo. Estoy pasando el mejor momento de mi vida. Ya sabemos que será varón y se llamará Lucca.
-¿Cómo te iniciaste en el fútbol?
-A los 4 años comencé en el club de mi pueblo: Atlético Juncal. Me fui a los 14 a Rosario Central, jugué todas las Inferiores de AFA, la Reserva, formé parte del plantel profesional durante tres años, me desvinculé a los 22 para irme a Chile, anduve por muchos lugares hasta que llegué a Huracán de San Rafael donde conocí a Ricardo (Dillon) y me trajo a Desamparados.
-¿Cómo fue ese salto, el de salir de un pueblo para jugar en Central?
-Fue difícil. Para que te des idea mi pueblo es muy chico, hoy serán 1.000 habitantes (Juncal es un pueblo dentro del departamento Constitución, en Santa Fe). Es más chico que un barrio. Mi técnico me llevó a probarme a Rosario. Fui y cuando llevaba 15′ el técnico de Central me sacó y me dijo que lo había convencido. Para mí fue raro, quería seguir jugando. A la semana jugué 20′ otra vez y ahí ya me dijo que me fuera para ver si me adaptaba. Pasé seis años en la pensión, me encantó porque en lugares así aprendés valores que te marcan para siempre.
-¿Es difícil vivir en una pensión?
-Sí, los primeros años fueron complicados. Vivíamos cuatro jugadores en una piecita (indica que era de 3×3 metros) y compartíamos baño con otra habitación de cuatro jugadores. Todos los años los compañeros iban cambiando, te tenías que adaptar a cada uno te gustara o no. Y a las reglas. A las 11 de la noche se cerraban las puertas y tenías que dormir, y había que estudiar porque si no, no te dejaban jugar. Era dura la vida ahí adentro pero a la vez te marcaba. El que salía de ahí tenía más fuerza y coraje que aquel jugador que tenía todos los días el desayuno hecho por sus padres, por ejemplo. En la pensión te hacías hombre a la fuerza.
-Y en los estudios, ¿cómo andabas?
-Mi mamá era muy rompe pelot… y cuando me fui me puso una única condición: que terminara la escuela y con buenas calificaciones. Terminé bien la Secundaria, renunciando a la Bandera porque el día del acto de asunción tenía que ir a jugar con las Inferiores de Central. Tenía 9 de promedio. Después intenté jugar y estudiar a la vez, pero no me dio el cuero para las dos cosas y tuve que renunciar a la carrera de Contador Público.
-Más de una vez te dijeron ‘Leoncito’ o ‘Mascherano’, por lo que metés… ¿Cómo lo tomás?
-(Risas) En Huracán mi apodo era ‘León’ y todavía hay quienes me lo siguen recalcando. Es raro. A Mascherano lo tengo como un ídolo, si lo encuentro en la calle me saco una foto con él y no con Lio (Messi). Ojalá yo jugara el diez por ciento de lo que juega Mascherano (risas).
-¿Un sueño?
-Me gustaría irme al exterior, mi sueño siempre fue jugar en Primera aunque ya lo voy postergando por la edad. Y con Desamparados -no te digo ascender porque es una palabra fuerte- pero ojalá podamos dejar bien parado el nombre del club. Hay que hacerse firmes en la categoría aunque si me preguntás a mí, yo sueño con ascender con Sportivo al Nacional B, por su gente, por su historia. Sería la frutilla del postre.
