La Selección Argentina cerró un año excepcional ganando una Copa América, el pasaje a Qatar en el bolsillo y la nítida sensación de haber escalado a la reducida elite de eso que a grandes rasgos se da en llamar "un buen equipo". Es decir, un equipo de ideas claras, bien repartido en inspiración y sudor, y una regularidad que invita a deducir que está en condición de competir de igual a igual con cualquiera.

Y eso, conste, a nueve meses del Mundial y con una formación que debe de ser subrayada por la negativa: sin su súper estrella, sin su mejor defensor y sin dos pilares del medio campo, léase Messi, Cuti Romero, De Paul y Paredes.

¿Cuáles son los grandes trazos refrendados ante Colombia y en 2022 en general?

UNO: La Selección ya plasmó con holgura el complejo rompecabezas cuyas piezas indispensables son plantel, equipo y comunión grupal.

DOS: Para que no haya dudas: comunión grupal que trasciende la que de por sí sería deseable y vital, la de los jugadores mismos. Comunión, sólida, convencida, hasta dichosa, entre los que entran a jugar y el cuerpo técnico.

TRES: Dichosa, por qué no decirlo, en las sensaciones que emana tras partido: estos muchachos son felices con la albiceleste ajustada al cuerpo y están ávidos de competir y ganar.

CUATRO: Esta Selección es un buen equipo, porque sabe estrechar las distancias entre su potencial y su calidad de ejecución.

CINCO: Honra una sagrada ley de los deportes de oposición directa: hacer lucir lo propio y opacar y disminuir lo ajeno.

SEIS: Dispone de un don de presionar, intensidad que le llaman, ajeno a la enorme mayoría de las selecciones sudamericanas, salvo Brasil, desde luego, y eventualmente Ecuador, sobremanera en la altura de Quito.

SIETE: En ese sentido, aprendió a reducir las bajas de tensión y por añadidura también a achicar los márgenes de sufrimiento cuando llegan los inevitables momentos de asedio adversario.

OCHO: Y aunque ya que de momento se habla, tiene fragmentos de vistosidad, urge aclarar un malentendido: Argentina no juega bien por vistosa. Una cosa es jugar bien y otra es la vistosidad. Incluso se puede ser un mal equipo en clave vistosa.

NUEVE: A esta Selección, la del invicto de 29 partidos de la mano de Lionel Scaloni, le llegan cada vez menos y cuando llega no necesariamente golea, pero muestra eficacia.

DIEZ: Hasta donde se ve y en el rango que se mueve, el de su continente, ha exorcizado el fantasma de la extrema, tóxica dependencia del genio de Messi.

Y por fuera del catálogo, pero como una guía susceptible de ser reconocida, no declina jamás los anticuerpos de la humildad.