El ex ciclista estadounidense Lance Armstrong fue despojado ayer de los siete títulos del Tour de Francia que ganó entre 1999 y 2005 y suspendido de por vida, por la Agencia Antidoping de Estados Unidos (USADA).

La Agencia explicó que a Armstrong se le borraron todos los registros “desde el 1º de agosto de 1998 hasta la fecha” por haber usado sustancias dopantes para mejorar el rendimiento, incluyendo la EPO y esteroides.

Travis Tygart, director ejecutivo de la USADA, aseguró que este “es un ejemplo doloroso de cómo la cultura de ganar a toda costa en el deporte, si no se controla, superará a la competencia leal, segura y honesta”.

“Pero para los atletas limpios, es un recordatorio reconfortante de que hay esperanza para las generaciones futuras de competir en igualdad de condiciones sin el uso de sustancias dopantes”, añadió el dirigente.

Por su parte, Armstrong, dijo que ya no se defenderá de las acusaciones de doping. “Llega un momento en la vida de cada hombre cuando tiene que decir ya es suficiente. Para mí, ese momento es ahora. Doy vuelta a la página”, declaró a través de Twitter.

Aunque el ente nacional estadounidense ya fijó su sentencia, esta debe ser avalada por la UCI (Unión Ciclista Internacional) bajo cuya jurisdicción se le realizaron los análisis al ciclista.
Por ello no es un caso agotado con la rendición cansada del tejano, sino que en el futuro se tendrán que dar nuevas batallas jurídicas, acompañadas de sus inevitables polémicas y debates (sería curioso, pero no imposible, ver a la UCI y a ASO (Amaury Sport Organisasion) defendiendo a Armstrong, defendiendo sus Tours, contra la USADA y la AMA (Asociación Mundial Antidopaje) en el TAS (Tribunal de Alzada Superior) para convertir en real una sanción que hasta ahora solo tiene valor simbólico y mediático.