El consenso acerca de la buena producción de Lucas Matthysse en su pelea frente a Danny García no deja de escamotear una parte de la verdad, o por lo menos una parte de la verdad posible, que no deja tan bien parado al chubutense radicado en Junín.
En efecto, acaso por el tinte dramático de los últimos rounds, acaso porque Matthysse afrontó el tramo final de la pelea con un ojo prácticamente cerrado, o vaya a saber por qué, se relativizan o se omiten defectos que, bien mirada la cuestión, resultaron evidentes.
Por empezar, Matthysse fue derrotado por un rival inferior. Es que García es bastante menos que él desde el punto de vista técnico e incluso en el ingrediente de la pegada, del poderío de la pegada.
Luego, Matthysse perdió de manera inobjetable, sin derecho al pataleo ni a duplicar la gravitación de la dificultad en su visual, y esto porque cuando se le cierra el ojo ya había perdido el tren de la pelea, un relativo dominio estratégico y un fragmentario dominio psicológico.
Matthysse dejó agrandar a García porque cometió deslices, como despreciar el jab de izquierda, despreciar combinaciones de cuatro o cinco golpes que suele conectar con rapidez y precisión, dotar de intensidad a su trabajo en no más de un minuto, minuto y fracción por asalto y, en la misma línea, apostar el pleno de un nocaut que al no darse más temprano que tarde lo sumieron en un desconcierto llamativo y fatal para un compromiso de ese nivel.
¿Equivocó el plan de pelea o su técnico, Cuty Barrera, no dio la talla? Pareció sobreentrenado, es decir, con buenas reservas aeróbicas pero llamativamente lento (en concepción y en ejecución) y con deudas de potencia.
Esta en su manager, Mario Arano, en su equipo y en el mismo Matthysse hacer las cuentas, o volver a hacerlas, examinar en detalle lo ocurrido en Las Vegas y salir del consuelo cómodo y de la autocomplacencia.
Por Walter Vargas / Agencia TELAM
