Quedó más que claro que en un Mundial es imposible ganar partidos sólo con el corazón. Es importante, pero no determinante. Y eso ocurrió con Argentina. Los encuentros se ganan con planificación, orden y un sistema táctico sustentable de acuerdo a los jugadores disponibles, pero sobretodo con goles. Argentina le marcó por triplicado a Francia, pero los galos convirtieron cuatro tantos y así les señalaron el camino de regreso a los dirigidos por Sampaoli.

El de Di María fue un golazo, pero los otros dos tantos albicelestes fueron producto del empuje y la garra, no de un estrategia elaborada. Sirvieron, pero no fueron suficientes y el sueño mundialista llegó a su fin. Ese sueño tuvo muchas pesadillas en el medio. Una eliminatoria con tres entrenadores que fue para el olvido y en la que tuvo que aparecer Messi en el último partido, de lo contrario el Mundial hubiera quedado demasiado lejos. El 1-6 ante España reventó las alarmas y ni hablar de la falta de amistosos en la previa, en la que tan solo se enfrentó a la débil Haití.

El debut ante Islandia dejó más dudas que certezas y en la derrota con Croacia explotó todo. Ante Nigeria hubo momentos en los que se notó una leve mejoría, tanto anímica como futbolística, que hicieron ilusionar a todos los argentinos. Pero siempre con el corazón como protagonista, nunca con la planificación.

Hasta que llegó Francia, un rival complicadísimo que dio posibilidades y que Argentina no pudo aprovechar. Corazón y garra sobraron en muchos pasajes del partido en Kazán, pero la planificación y el equipo estuvieron ausentes. Jugar sin un delantero de área y poner a Messi de “falso 9” fue otro de los miles de errores de Sampaoli. El ingreso de Meza, dejando en el banco a jugadores de la talla de Higuaín y Dybala, fue otro claro desacierto. En realidad la era Sampaoli estuvo marcada por desaciertos, que terminaron desencadenando el inevitable fracaso en Rusia. En síntesis, un Mundial en el que se  apostó todo a la garra, el corazón y lo que pueda llegar a generar Messi. De planificación y orden, mejor ni hablar.