Así, sí. La ilusión de pelear la permanencia en Primera tiene sustento en esta nueva versión del mismo San Martín, que en esta ocasión supo cómo lograr su objetivo. Jugó para ganarlo, apelando a rudimentos básicos en el fútbol como el orden, la claridad, la tranquilidad y la confianza -fundamentalmente-.

Apoyado en un trabajo sólido en el medio, con mucha entrega en sus delanteros y concentración en su defensa, San Martín ganó bien sobre Unión. Edificó el triunfo a partir de su rendimiento individual y colectivo que dejó muy claro que esta esperada reacción no fue casual en Bahía Blanca hace siete días atrás. Haberle ganado a Olimpo en su cancha no hizo más que consolidar una reacción que necesitaba experimentar el equipo de Garnero. Volvió a sus fuentes, se refugió en los jugadores que lograron el ascenso y con eso consiguió algo elemental en el fútbol: ser un equipo. Para todo. Para jugar, para defender, para atacar. Solidario. Simple. El trabajo de los cuatro volantes fue clave. Por adentro, Galarza y Cantero recuperaron siempre y fueron salida clara. Por los costados, Bogado y Poggi le mostraron el camino al resto para llegar con peligro y profundidad. Así, en ese simple funcionamiento, San Martín encontró las razones para empezar a ganar un partido fundamental en su presente y también en su futuro.

Arriba, la entrega de Penco y Caprari terminó ofreciendo descarga para todos y los del fondo, nunca se equivocaron, más allá de que Unión no mostró demasiado.

La regularidad de San Martín fue tal que esta vez no pasó sobresaltos como le había ocurrido ya ante Banfield cuando ganó también, pero con sufrimiento. Ese dato no es menor. Así, pudo controlar el destino de un partido que necesitaba ganar como fuera. Esta vez, el fin justificó los medios, aliado de buen fútbol.