La gente quería ver acción. Sentir esa adrenalina que despierta el zumbido de los motores, erizarse la piel con la polvareda electrizante de cada acelerada. La gente quería fiesta de Dakar y la tuvo a medias, especialmente en el sector de final de la etapa 11, en El Pinar. Es que entre el calor agobiante, el retraso de los competidores y la decisión final de acortar la etapa de las motos, el combo terminó entregando mucho de lo bueno, contrapesado con la desilusión de miles de sanjuaninos que fueron a esperar al Puchi Ontiveros en el mejor de los sitios que se escogieron como final de etapa en todas las ediciones del Dakar que pasaron por San Juan.
El punto positivo estuvo en el lugar. Un escenario magnífico fue El Pinar por varias razones: fácil acceso, rápida llegada, mucha arboleda y el extra del Río San Juan bañando los pies del tramo final de la etapa. En contra, jugó el calor tremendo que azotó a San Juan desde primera hora con más de 36º de sensación térmica en el preciso momento del arribo de la primera moto a las 14, y después del considerable retraso, la imposibilidad de ver terminar a Ontiveros ante su gente ahí mismo sumó el plus que faltaba para romper la ilusión de muchos sanjuaninos que se comieron una larga y durísima espera para quedarse sin nada.
Pero como siempre es bueno mirar el vaso medio lleno, apuntar a destacar lo acertado de la elección de El Pinar como final de la etapa sanjuanina es clave. Desde su ubicación, muy cercano a la ciudad capital, sus accesos y la posibilidad de ofrecer sombra y agua en combinación perfecta, terminó mostrándolo como de lo mejor que se vio en el Dakar como sitio para espectadores.
Desde temprano pero sabiendo que después del mediodía recién iban a aparecer los competidores en acción, el camping El Pinar fue cambiando de escenografía. Con el acceso abierto hasta las 11, los más previsores pudieron ubicar sus móviles en la sombra que generosamente regalan sus pinos. De ahí, el circuito para bajar hasta los pies de las compuertas se fue poblando de familias completas que armaron carpas, improvisaron reparos y hasta se animaron a las chozas de cañas para mitigar el castigo del sol y esperar, no importaba cuánto, la llegada del Dakar. Sobraron sanjuaninos y también otros acentos porque había gente de Mendoza, de La Rioja, de Córdoba y también de Chile y de Colombia. Todos unidos por una misma pasión, inexplicable para muchos pero justificada en todos los sentimientos que solamente los que aman los fierros saben vivir.
La espera fue larga. Pasadas las 10 de la mañana, El Pinar empezó a poblarse de verdad. Cualquier rinconcito servía inclusive los huecos entre pilar y pilar de las compuertas del Dique José Ignacio De la Roza sirvieron para guarecerse del sol y hasta para esconder alguno de los asados furtivos escapando del celoso rigor del personal de Gendarmería que no permitía hacer fuego a la vera del circuito. Pero a la gente no la frenó nada. Entusiasmada, a las dos de la tarde cuando apareció el australiano Tobby Price se terminó el cansancio. Explotaron en aplausos pero ese furor se fue apagando cuando se confirmó que el Puchi, el esperado Puchi, no iba a llegar a El Pinar. Hubo algo de consuelo con el espectáculo de los autos que volaron en ese sector y después con los camiones, pero la postal quedó incompleta. El Pinar quedó envuelto en esa mezcla de desconsuelo y sabor a poco.
