Habían pasado seis fechas sin triunfos. La última alegría había sido ante Vélez y después, el trago amargo en el Pueblo Viejo se lo había hecho beber Belgrano de Córdoba. Era ese momento de confusión que desdibujó a San Martín porque dejó de lado por momentos el libreto que lo puso mano a mano contra el que sea, contra los grandes y siendo invencible en Concepción. Una sola forma de sentir y de jugar: con la pelota al piso, sin pelotazos, con toque corto, con precisión y velocidad, con esas pequeñas sociedades que un tal César Luis Menotti bautizó para revolucionar este juego. Eso era San Martín. A eso jugó y por un lapso lo olvidó pero contra Arsenal basó esa ansiada victoria en ese libreto original y le terminó dando la victoria que tanto ansiaba para terminar la fase regular ganando, feliz y esperanzado en lo que se le viene encima. Uno de los puntos altos fue Eric Aparicio. El jugador de la cancha por actitud, juego y desequilibrio. Sintonizó con Carlos Bueno como para romper el cerco defensivo que propuso Arsenal con esa doble línea de cuatro que se replegó con orden y mucha marca. Aparicio tuvo la llave pero San Martín, en lo colectivo, respaldó la idea. Tratando de salir desde el fondo sin pelotazos, buscando la proyección de Gómez o de Iberbia como primer pase y descargando en el relojito que es Sebastián Navarro para dar ese segundo pase que marca diferencias. La propuesta inicial de meter casi cuatro puntas (Pinedo Zabala, Vitti, Bueno y Aparicio) fue audaz del lado del entrenador Carlos Mayor que terminó modificando después el modelo con las entradas de Gelabert y de Fissore para ser cuatro en el medio y dos puntas, pero sin renunciar jamas al buen trato de la pelota, a no jugar al pelotazo y cuidando esa identidad que en muchos pasajes de la temporada pusieron a San Martín entre los equipos que mejor proponía a la hora de jugar. Ganó bien, sin que le sobre nada pero fundamentalmente recuperó la memoria y ese libreto original.
El libreto fue uno solo y San Martín lo recordó

