La palabra fair play parece no existir en el diccionario de muchos futbolistas e hinchas, que dicen serlo y no lo son. Que no hacen más que perjudicar a un club, al que dicen amar. Ya no se puede festejar un triunfo, porque los jugadores rivales no se lo bancan. Nadie se puede equivocar en un fallo, porque es condenado con violencia.

Ayer se dieron tres hechos de violencia, en Primera División, Nacional B y Argentino B. El resultado, un taquillero y un policía herido, un estadio destrozado y un árbitro golpeado.

En la Promoción de la A hubo graves incidentes en la cancha de Rosario Central, que perdió ante All Boys y descendió a la B Nacional. Los hinchas no soportaron tal desazón y atacaron a la policía, que respondió con balas de goma. Estos barras desbordados, hirieron a dos efectivos, que terminaron heridos. Otro grupo rompió todas las butacas de la platea y arrancó los caños de los paravalanchas. Además atacaron las cabinas de transmisión y el puesto de comidas. Fuera del estadio incendiaron autos.

La batahola de furia siguió en la Promoción del Argentino A. Santamarina le ganaba 2-1 a la CAI y sacaba una buena diferencia, con el objeto de subir a la B nacional. El árbitro, Pablo Díaz, había dado 3′ de alargue, pero dejó jugar uno más. En ese último instante la CAI empató y ahora es el que quedó más cerca de conservar la categoría. En ese momento un colaborador del equipo de Tandil increpó al juez, que reaccionó con golpes de puños tras ser agredido.

Los hechos concluyeron en la cancha de Unión, luego del triunfo sobre Central Norte. El jugador visitante, Matías Ceballos, insultó a dirigentes e hinchas de Unión, cuando se dirigía al camarín.

Después el arquero salteño, Lucas Rodríguez, agredió al taquillero de Unión, que terminó con el rostro desfigurado. Y al final piñas, patadas y un final triste, que mancha al fútbol. ¿Qué hay que hacer para frenar la violencia?