Es en vano tratar de buscarle una explicación a semejante pasión. Es perder el tiempo en algo que, justamente, no cuenta con dosis de racionalidad. Es una locura que todo lo puede. El folclore bien entendido de los fierros. Se trata de la adrenalina inigualable del Dakar, que ayer en el Puente que une Albardón con Chimbas tuvo la mayor concurrencia de público de la jornada. 50.000 fieles al costado de ese monstruo de cemento y su similar de hierro, según Gendarmería y la Policía, vieron cómo la tierra les pegaba en la cara. Cómo el sol arremetía sobre el mediodía y el termómetro, inexorablemente, trepaba a los 39º. Un infierno encantador. Las etnias y las clases sociales una vez más se mezclaron. Estaban los que calzaban ojotas y andaban sin remeras, hasta los que tenían la camisa con la marca del cocodrilo y unos lentes de sol cuyo valor ascendía a los cuatro dígitos. Todos para ver lo mismo: el paso de esos bichos de acero que arremeten contra todo y que a su paso levantan la estela de tierra que genera el clásico "uhhhhh!". Así es el imán del Dakar con los sanjuaninos, que más allá que ayer tuvieron a los Sisterna como meros espectadores y no dentro de la competencia como hace un año, igual colmaron el punto de llegada de la undécima etapa.

Entre los amantes del Dakar, ayer en el puente había de todas latitudes. De Tierra del Fuego, de Jujuy, de Buenos Aires, de Mendoza. Pero también del vecino Chile, como por ejemplo de La Serena. La madrugada del jueves sirvió para ir tomando posición a los costados del puente. Obviamente lo primero en llenarse fue la vedette de la zona: la tribuna tubular con capacidad para 1.000 espectadores. Gacebos, carpas, sombrillas y hasta toldos improvisados con toallones sirvieron para lucharle la pelea desigual al sol. La hidratación tuvo al agua en rol preponderante. Más de un vecino de la Villa Mariano Moreno sacó buenos dividendos al vender las botellas de plástico para la ocasión que a eso de las tres de la tarde tenían un precio de siete pesos. Fue la vigilia a la llegada de la primera moto. Esperada por todos y principalmente por el gobernador, José Luis Gioja, quien estuvo más de una hora antes de bajarle la bandera para el final a Ciryl Despres. Eran las 14.49 y el público dejó de sentir por un momento los rayos del sol como puñales en su cuerpo. El mini circuito por debajo del puente, con tres pasadas a cada lado, sirvió para darle más calor a los arribos. A las 16.21 le tocó el turno al primer auto, el de Giniel de Villiers. Entonces sí el show tomó forma en toda su dimensión. Pero aún faltaba lo mejor. Quince minutos después, Alejandro Patronelli se convirtió en el señor espectáculo. Saltó como ninguno en el mini circuito antes del cierre y saludó al público e incluso se dio tiempo para una arenga con un "vamos, todavía". No es para menos, el hermano mayor de Marcos está cerca de continuar con la dinastía de su familia y sumar el segundo Dakar consecutivo. Los camiones, con el ruso Vladimir Chagin como principal estrella, resultaron el último eslabón de un día histórico e infernal. Al final y al cabo, la pasión una vez más pudo con todo.