La cara de fastidio y la bronca no podía disimularlas. Estuvo tan cerca de ganar que haberse quedado sin nada faltando 130 metros no le permitía -en caliente- valorar que al final de todo mantuvo el liderazgo en la clasificación general y que -por sobre todas las cosas- después de esa infortunada caída no tenía más que algunos magullones. Así y todo, Gerardo Fernández, contestó caballerosamente y con un par de monosílabos algunas preguntas y después, solicitó que lo perdonaran que no iba a hablar.
En ese momento en el que todo era confusión y nadie entendía cómo se habían enganchado los corredores del equipo que comanda la Vuelta, Fernández hacía grandes esfuerzos por mantener la calma mordiéndose la lengua y poniendo un dique a su amargura.
Es que la de ayer no había sido una tarde sencilla. Una par de desperfectos en su máquina lo obligaron a perseguir para no perder su casaca de líder. Culminó la etapa con la bicicleta de su compañero Darío Díaz y cuando después de los nubarrones (en Pocito llovió) veía el Sol, pasó lo que pasó y perdió la chance de ampliar la ventaja con sus perseguidores.
Ya está Gerardo, carreras son carreras. Siempre que llovió paró y tal vez la desazón de hoy cimente la alegría de mañana que puede ser en esta Vuelta o en el Mundial de Copenhague.