Un entrenamiento, no más que eso. Bajo ningún punto de vista el partido frente a Haití puede ser considerado un parámetro serio para ver cómo está la Selección, a dos semanas de Rusia 2018. El encuentro de ayer sirvió sólo para una cosa, no poco importante: que los jugadores se fueran del país ovacionados, bendecidos por los hinchas, con el pecho inflado, sintiéndose capaces de lograr esa alegría que todos esperan.

No es casual que en plena Bombonera el segundo jugador más ovacionado después de Messi haya sido Higuaín. Sí, el de los goles errados en partidos decisivos, el que dejó a los argentinos masticando bronca más de una vez, el eje de los memes más crueles, el que la gente quería ver afuera de la lista de los 23.

Los hinchas, esos que van a la cancha, no los 2.0, saben que el goleador necesita más que ningún otro, sentir el apoyo, el aliento, tomar confianza para romper de una vez por todas el maleficio y poder plasmar con la celeste y blanca eso que hace todos los fines de semana en la Juventus y que lo llevó a ser convocado por Sampaoli, dejando afuera del plantel nada menos que a Icardi.

Sabiendo que es el apuntando, tiene sed de revancha como ningún otro, incluso cuando declare otra cosa. No cualquiera patea un poste del arco, lleno de bronca, después de errar un gol como sucedió anoche.

Y así como él necesita sentirse querido, respetado, Argentina necesita de él. Es de vital importancia que aparezca, que corte la mala racha, que cuando esté frente al arquero la pelota vaya adentro.

A priori, el equipo depende casi exclusivamente de Messi. De cómo se levante ese día, de cómo juegue, de que (toquemos madera) no se lesione. De la magia que pueda hacer durante el partido. Pero sólo no puede.

Sampaoli tiene 15 días para que el equipo funcione como eso: un equipo. Anoche, a la Argentina le costó abrir el marcador ante una selección de Haití cuyos jugadores estaban más pendientes del intercambio final de camisetas, que del partido en sí. Sin embargo, la cabeza de los nuestros tampoco estuvo  en el amistoso. El objetivo era ese: ganar sin esforzarse, logrando que los aplausos cayeran desde los cuatro costados. Y así pasó.