La clasificación de Argentina frente a Suiza para los Cuartos de final de Brasil 2014, lograda con dramatismo, angustia y desahogo en el Arena Corinthians de San Pablo, escondió entre la algarabía del éxito un problema constante a lo largo del Mundial: encontrar un plan B para resolver acertijos defensivos de rivales conservadores. Como ante Irán en Belo Horizonte durante la primera fase, el equipo de Alejandro Sabella dependió de un chispazo de Lionel Messi en la agonía, esta vez, como sabio armador de una jugada que Angel Di María definió con precisión para sellar el pasaporte a la instancia siguiente. Faltaban tres minutos para que la llave ingresara en la infartante definición con tiros desde el punto penal y habían pasado 117 de otra actuación al menos poco convincente en el aspecto colectivo e individual.
Frente a un rival que compensó su inferioridad técnica con rigor táctico, Argentina padeció severos problemas para armar juego en los momentos que Messi estuvo desconectado a la búsqueda de espacios propicios para reinsertarse con posibilidades de desequilibrio.
Sin plan A -la gambeta de la "Pulga" para desentrañar el sólido bloque defensivo helvético-, el seleccionado fue un equipo impotente y repetitivo en cada intento de ataque.

