Boca empataba con Arsenal y su imagen desteñida de equipo bucólico que no le encontraba la vuelta al partido contrastaba contra la del elenco local que se hacía fuerte en su conocimiento de una cancha chica donde a los dirigidos por Falcioni les costaba hacer píe. Riquelme pedía la pelota y cuando recibía estaba encimado. Necesitaba de dos gestos técnicos para tratar de generar algo. Después de pararla tenía que cubrir o darse vuelta para entregar buscando compañeros que fastidiados por la falta de espacios, poco y nada hacían para generarlos.

Con el marcador empatado en uno, se insinuaba mejor el del Viaducto. Firme en el fondo, López anuló a Silva y ordenado y solidario en la presión, Arsenal encontraba en Leguizamón un arma importante para castigar al desteñido Boca.

Eso ocurrió hasta que entró Ledesma por un insulso Riveros. Este volante regresado de Italia, es el mismo al que Bianchi recurría como rueda de auxilio para equilibrar la transición entre defensa y ataque.

Con movilidad para mostrarse como opción de pase. Con inteligencia para ubicarse en los espacios vacíos. Y con la entereza de ir a buscar cada pelota como si fuera la última, oxigenó a Boca. Riquelme encontró alguien en quien descargar de primera. La cancha, a pesar de ser chica, se hizo más ancha y el equipo de Falcioni empezó a parecerse un poco más al campeón del Apertura.

El gol fue casi un calco del que le hizo a Independiente, con la diferencia que aquel (4-3 parcial) fue de cabeza y este 2-1 fue con un remate de derecha. Anulado Silva, el volante anotó y Boca sacó la cabeza a la superficie.