Dos caras, una bandera... Dos equipos, un corazón. Así, como nos gusta a los argentinos. Bien a la "argentina', esta cuestionada selección Albiceleste, se metió entre los 16 mejores de Rusia 2018 cuando nadie -ni siquiera los mismos argentinos- creíamos que se podía. Una radiografía de país vestida de celeste y blanco nos alcanzó para superar a Nigeria por 2-1 y todos los fantasmas juntos. Esa radiografía que habla de sufrir para gozar, de que todo sea al límite, de que en cada pelota se juegue la vida, como en cada día de todos los argentinos. Y a sí se metió Argentina. Con un primer tiempo ideal, con un complemento para olvidar y esta vez sí, con el corazón en la mano. Con eso alcanzó, con eso y el empuje de todo un país que necesita ser feliz, que quiere unirse detrás de algo, que quiere demostrar su grandeza a todo el mundo. Ahora, empieza el Otro Mundial, el que nos tendrá que encontrar unidos dentro y fuera de la cancha con Francia como primer obstáculo este sábado.


Y fue de Argentina nomás por ese primer tiempo en el que recuperó la memoria del subcampeón del 2014, los de Sampaoli jugaron a lo que tenían que jugarle a un Nigeria al que no se le caían muchas ideas pero que desde su actitud complicaban. Con Banega profundo, lúcido para el primer pase, Argentina fue más desde el comienzo y a los 14' Ever Banega metió el estiletazo impecable para que un tal Lionel Messi empezara a ser Messi controlando con el muslo, acomodando con su pie izquierdo y definiendo de derecha para poner el 1-0 que encendía la ilusión. Era el gol de todos. El desahogo de un equipo que se autodesgastó desde su vedettismo. Y estaba bien porque en todos los sectores de la cancha era más. Seguro atrás, ágil en el medio y amenazante arriba. Argumentos básicos de cualquier equipo con pretensiones. Fue el mejor momento de Argentina en el Mundial que pudo ser coronado con otro gol de Messi cuando el 10 metió zurda exquisita para un tiro libre que se estrelló en el palo izquierdo del arco de Nigeria. Esa fue la última señal de lucidez del seleccionado argentino porque en los últimos 10' de ese primer tiempo perdió presencia, dejó crecer a Nigeria y si bien no pasó apuros, dejó abierto otro partido para el complemento. Volvió a ser la Argentina de los dos primeros partidos.

Y como bien argentinos, en ese segundo tiempo había que sufrir. Como un boxeador flojito de mandíbula para absorber el primer golpe, Argentina se descompensó cuando Nigeria llegó al sorpresivo empate con un penal lleno de suspenso por el VAR, con Mascherano -héroe y villano-. El 1-1 de Moses no hizo más que desatar a todos los fantasmas para que Argentina se hiciera débil, repetido y hasta inexpresivo en la cancha. Parecía Islandia, parecía Croacia pero esta vez hubo corazón, hubo coraje. Para todo. Para seguir buscando esa victoria, para defender con lo que quedaba y para atacar con el último aliento. Nigeria nos puso contra las cuerdas. Hubo un par de sustos grandes que pudieron ser letales y Armani apareció para sostener la esperanza. Era volver de la muerte y Argentina se aferró al corazón que nos infla el pecho, ese que nos ayuda a creer que se puede cuando no se puede. Hubo cambios, adentro Pavon, adentro Meza, adentro el Kun Agüero. Adentro todos, a buscar ese gol que era la vida misma. Corazón, puro corazón, como lo anticipó el desteñido Sampaoli en la conferencia de prensa. Y así fue. Sin argumentos, sin fluidez, fue acorralar a Nigeria y dejar la vida. Llegó el minuto 86 y ser argentino se convirtió en lo más lindo del mundo cuando Marquitos Rojo apareció como centrodelantero para clavar de derecha el gol del triunfo y la clasificación. Para llorar, para quedarse ronco. Para entender que en este lado del mundo ser feliz no es fácil y que con un gol, ser argentino explota el corazón de orgullo.