Buenos Aires, 8 de enero.- La tarde del 8 de enero de 1995, producto de un accidente automovilístico, perdía la vida Carlos Monzón. El boxeador reconocido mundialmente había empezado a tener salidas transitorias del penal de Las Flores; en febrero se cumplían las tres cuartas partes de los 11 años de prisión por haber asesinado a su esposa Alicia Muñiz, aquella turbia madrugada del 14 de febrero de 1988, y dispondría de libertad condicional.
Se desconoce exactamente qué pasó, pero se pudo confirmar que el auto mordió la banquina a más de 140 kilómetros por hora. Ese acelerador actuó como el calculado final de una película, tanto más dramático como que fue el epílogo de una vida real.
Le tocó en suerte un destino circular, como a muchos otros boxeadores. Nació en un piso de tierra el 7 de agosto de 1942, en San Javier, provincia de Santa Fe. En su infancia desconcertada empezó vendiendo diarios y repartiendo leche hasta ingresó a un gimnasio de boxeo. Muy pronto conoció a quien sería su maestro de toda la vida y compañero eterno, Amilcar Brusa. Entrenador y pupilo comenzaron una campaña exitosa que tuvo su pico máximo el 7 de noviembre de 1970, cuando en el Palazzo Dello Sport de Roma, Escopeta noqueó a Nino Benvenutti en el round 12º y logró la corona mundial de los medianos. Lo demás fue una racha de triunfos épicos que duró 6 años y 295 días, con 14 defensas exitosas.
En el medio alcanzó el pico que conduce al éxtasis, pero no la pudo disfrutar porque culturalmente no estaba preparado para eso. Trató de vivir intensamente como una revancha sobre la mezquindad de su niñez empobrecida. Y lo hizo a su manera, sin cálculo ni limitaciones. Fue estrella de cine, se codeó con la cima del mundo mediático, a tal punto que la revista El Gráfico, alguna vez tituló: "Morocho y argentino: Rey de Paris". Pero nada logró calmar la angustia de una violenta costumbre. Llegó el alcohol, algunas drogas y la separación de su mujer, Alicia Muñiz, y así el sueño del campeón terminó en una pesadilla con una esposa sin vida, una jueza sin testigos y un fallo bien argentino. Se transformó en prisionero de su facha hecha a golpes. La dureza de la sentencia no le permitió disfrutar de una libertad sin culpa. Cuando estaba próximo a sobrepasar los golpes más bajos que le dio la vida, a los 52 años halló la muerte de forma súbita, cayó de espaldas, cara al cielo. Sobre la misma tierra santafecina que lo había visto nacer.
Su pelea más recordada
El 7 de noviembre de 1970, en el Palazzo Dello Sport de Roma, Escopeta noqueó a Nino Benvenutti en el round 12º y logró la corona mundial de los medianos. Lo demás fue una racha de triunfos épicos que duró 6 años y 295 días, con 14 defensas exitosas.